Cambios y Perseverancia

Demasiadas veces hemos oído decir que, de las crisis, siempre salimos reforzados. Esta sentencia puede parecer muy lógica, pero sólo es aplicable a los que sobreviven. Los que naufragan en el intento y se ahogan por el camino, nunca salen reforzados.

En el mundo de nuestro tiempo se tiende a apostar por los cambios continuos y no deja de citarse la famosa frase de Darwin “No sobreviven los más fuertes, sino aquellos que se adaptan mejor al cambio”. Ese argumento les basta a nuestros jefes y dirigentes para exigirnos una flexibilidad y una capacidad de adaptación que muchas veces nos acaba sobrepasando hasta límites insospechados. Porque todos pensamos que nuestra paciencia y nuestra capacidad de aguante tienen un límite, pero resulta que este límite también ha tenido que aprender a estirarse, haciéndose más flexible y adaptándose, como nosotros, a cuantos cambios nos tengamos que enfrentar para mantenernos a flote, para no naufragar en medio de un océano de incertidumbres y de despropósitos.

Quizá cada crisis que conseguimos superar nos haga sentir más fuertes, más capaces de lidiar con lo que sea, pero también nos vuelve más precavidos y más escépticos. Porque, después de pasar por una situación tan crítica como puede ser perder tu empleo, perder la que ha sido tu casa, perder a un familiar muy cercano en circunstancias tan atípicas como las de los días que estamos padeciendo, ver recortado tu salario, no poder estar cerca de los tuyos, no poder salir libremente e ir a donde te apetezca, etc, es muy difícil seguir viendo las cosas con los mismos ojos con las que las veíamos antes. Quizá seremos más fuertes, pero mucho menos confiados, porque hemos aprendido que, en cualquier momento, la intromisión de cualquier pequeño virus puede ponernos el mundo del revés.

Imagen de Pixabay

Sorprende de forma muy positiva
la facilidad con la que conseguimos adaptarnos a esos cambios cuando no nos queda otra opción. Cómo conseguimos aprender las cosas que durante mucho tiempo se nos han resistido cuando la situación no nos permite seguir actuando del modo en que lo estábamos haciendo hasta ahora. Ante la encrucijada de reinventarse o morir, no dudamos en aferrarnos a la vida y adaptarnos a lo que haga falta, aceptando condiciones que, hasta hace pocos días, se nos habrían antojado del todo inaceptables.

Pero también sorprende de manera muy negativa cómo aquellos que más abogan por la adaptación al cambio, son quienes más se resisten a aplicársela a sí mismos. Mientras la mayoría de los asalariados se han tenido que adaptar a expedientes de regulación temporal de empleo y reducciones de jornada y teletrabajo, o enfrentarse a jornadas maratonianas por el mismo sueldo y asumiendo el riesgo de resultar contagiados por el coronavirus, muchos empresarios no han sabido estar a la misma altura de sus empleados. Han continuado exigiéndoles los mismos resultados, sin tener en cuenta las limitaciones a las que se enfrentan trabajando a distancia y las condiciones cambiantes del mercado. Parece como si existieran en una realidad paralela, en la que se niegan a ver los cambios que ya se han producido ni los que ya se adivinan en el horizonte.

Muchos de esos empresarios empecinados en seguir manteniendo unas políticas de empresas que este virus ha desbaratado de un plumazo, dejándolas obsoletas, están condenados a perder su cuota de mercado, a menos que acepten lo que han tenido que aceptar sus empleados: que, para sobrevivir, es necesario reinventarse. Que ante la disyuntiva de ganar menos o no ganar nada, siempre es preferible ganar menos. Que no es tiempo de propaganda ni de palabras vacías, sino de gestos y de hechos que hagan honor a la frase de Diógenes: “El movimiento se demuestra andando”.

No es momento de pavonearse a ritmo del eslogan “Porque yo lo valgo”, sino de mostrarse más cercanos, más humildes, más empáticos. De remangarse y volver a picar piedra, si se diera la necesidad. De perseverar sin dormirse en los laureles.

No se trata de continuar haciéndose más ricos, sino de mantenerse a flote, hasta que se alcance la orilla de una playa segura en la que poder resguardarse de la furia del océano que amenaza con engullirles.

 

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749

Comentarios

Entradas Populares