Resiliencia: El Desierto en el que Renacen las Flores

 

Todos los niños nacen con la promesa de la persona que podrían llegar a ser. Algunas de esas promesas se desvanecen en apenas unas horas o incluso en el momento justo del nacimiento, porque no todos los niños tienen la suerte de sobrevivir. Otras de esas promesas logran mantenerse apenas unos años, mientras que  hay casos en los que llegan a superar su centenario sintiendo que aún les queda cuerda para un buen rato.

Algunos piensan que la supervivencia es cuestión de suerte; otros abogan por su relación con el destino que cada uno tiene marcado y hay quien se atreve a señalar la RESILIENCIA como explicación más plausible de que pueda haber personas que, habiendo nacido con una buena estrella, parece que nunca lleguen a levantar cabeza y sucumban a la primera de cambio, mientras otras que parecen haber nacido en la cara mala del mundo sean capaces de volver a levantarse sin ayuda cada vez que tropiezan y de convertir cada uno de sus malos momentos en una oportunidad para pulirse, para desarrollar la mejor versión de sí mismas.

Pero, ¿qué es la Resiliencia?         

Esta palabra procede del término latín “resilio”,  formado por el prefijo “re”, que indicaría repetición o reanudación, y del verbo  “salio”, que  significa saltar. Aplicado en  física y química designa la capacidad que tiene cualquier material para recuperar su forma inicial después de que haya sufrido una deformación, fruto de la fuerza que se ha ejercido sobre él.

Pero también es aplicable a las personas y es por ello que el uso de la palabra Resiliencia acabó adaptándose a la psicología y a otras ciencias sociales.


A lo largo de nuestra vida, las personas nos vemos sometidas a diferentes tipos de presión que no sólo nos van deformando sino que, en ocasiones, nos pueden llegar a romper. Porque somos muy frágiles, aunque nos cueste tanto admitirlo.

Nos sucede a menudo que, cuando nos sentimos sobrepasados por alguna circunstancia, llegamos a creer que no vamos a ser capaces de salir por nuestro propio pie de ese hondo pozo en el que hemos caído. Por más que aquellos que nos quieren intenten enseñarnos a relativizar, haciéndonos ver que lo que nos pasa no es tan grave como creemos, nos puede más el propio dolor que la empatía hacia el dolor que puedan estar sintiendo los demás al vernos así. Esa interpretación que hacemos es perfectamente lícita y comprensible, porque tenemos derecho a rompernos y a que otros nos vean rotos; a que se den cuenta de que no somos tan fuertes como pretendemos aparentar siempre y a no sentir vergüenza, ni culpa, ni remordimientos por mostrarnos como somos.

Caer no significa que no podamos volver a levantarnos; rompernos no significa que no podamos volver a enganchar los pedacitos en los que, por un tiempo, nos hemos fragmentado.

Mientras hay personas que, ante las adversidades propias del día a día, no pueden evitar sucumbir y acaban necesitando ayuda de sus padres, de sus parejas o de sus hijos para continuar adelante, siempre encontramos otras que, viviendo realidades bastante más duras, son ellas las que siempre tiran del carro, siendo capaces de sobreponerse a todo e incluso de ayudar a muchas otras personas. Definiríamos a estas últimas personas como RESILIENTES.

Cuando estudiamos episodios históricos es muy habitual que descubramos cómo se sucedieron las distintas batallas, quiénes reinaron en los diferentes países, qué intrigas se cocieron en las diferentes cortes o entre los mandatarios religiosos, qué hechos desencadenaron las guerras más terribles que han asolado a la humanidad o quiénes marcaron el curso de la historia futura con sus estrategias militares, sus ideas políticas o su capacidad de avanzarse a su tiempo. Pero en esa historia general, pocas veces tienen cabida las historias individuales, que constituyen la otra cara de la moneda. Esa cara que suele esconderse cuando quienes escriben la historia deciden ensalzarla de épica, gloria y patriotismo.

Es en las historias individuales donde encontramos más ejemplos de personas resilientes, como las que sobrevivieron al infierno que supusieron para tantos millones de personas en toda Europa los campos de concentración nazis o los gulags soviéticos, o las que sobrevivieron a la represión que sobre ellas ejercieron durante largo tiempo las dictaduras española, argentina y chilena. Nombres como el de Neus Català, Joaquim Amat Piniella o Víktor Frankl, que lograron regresar de los campos de la muerte y convertirse en verdaderos faros que contribuirían a iluminar el camino de tantas otras personas. O como el de Nelson Mandela a quien veintisiete años de prisión no consiguieron derribar ni un ápice y siguió luchando hasta el fin de sus días por la libertad de su pueblo. En la actualidad, podemos encontrar un claro ejemplo de persona resiliente en la activista pakistaní Malala Yousafzai, quien no sólo sobrevivió a un atentado que casi le costó la vida, sino que se ha mantenido perseverante y determinada a seguir defendiendo el derecho de las niñas a la educación.

En Japón tienen la costumbre de no deshacerse de los objetos que se rompen. Se dedican a repararlos y a recubrir las cicatrices por las que unen sus pedazos polvo de oro. Lo hacen porque consideran que, cuando algo ha sufrido un daño y tiene una historia, se vuelve más hermoso. Cuando los objetos rotos son de cerámica, el arte de repararlos se conoce como Kintsugi.

Si extrapolamos lo que ocurre con los jarrones japoneses cuando se reparan con lo que ocurre con las personas que, después de haber sufrido traumas físicos o psíquicos que les han dejado cicatrices en el cuerpo o en la mente, lejos de esconder esas marcas por las que ha transitado su dolor, deberían poder mostrarlas sin pudor, recubriéndolas con el afecto y la empatía que, seguro, despertarán en los demás.

Como seres vivos, no dejamos de ser una representación en miniatura del planeta en el que vivimos. Como la Tierra, la mayor parte de nuestro cuerpo está compuesto de agua. Pero, también como la Tierra, tenemos nuestros desiertos particulares y hemos de procurar mantenernos en constante equilibrio electrolítico para seguir vivos. Igual que en pleno desierto podemos encontrar plantas, animales y personas que se han adaptado a vivir en las condiciones más extremas, los humanos también podemos ser capaces de adaptarnos a vivir en nuestros infiernos mentales manteniendo a raya a nuestros propios fantasmas y aprendiendo a ver el sol a través de la lluvia y a cultivar las flores más hermosas allí donde antes sólo había dolor.

 

 

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749

Comentarios

  1. Creo que la resilencia no solo es cuando no necesitamos ayuda, es a pesar de tener un problema seguir adelante aunque necesitemos ayuda. Esto muchas personas lo interpretan cómo bueno "No muestro mis sentimientos para no ser dañada y mostrar mis felicidades" admitásmolo, a la gente no le gusta la otra que lloriquea o se queja. Muchas veces, hay que compungir los sentimientos y no mostrarlos para poder seguir adelante y que no te tachen de melancolica o melodramatica. Y creo que aceptar todas las fases (De tristeza y felicidad o indiferencia) es la clave para una resilencia. Entiendo lo de no quedarse quieto a que llegue la solución pero hay fases que hay que tomarlas o salen en momentos en los que menos deseamos. Feliz sábado.

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    1. Muy cierto lo que dices, Keren. A la gente, en general, no le gusta que los otros la hagan partícipe de sus problemas y miserias. Cuando tenemos problemas o nos sentimos más vulnerables, por el motivo que sea, tendemos a disfrazarnos con una fortaleza que en realidad no tenemos, precisamente para evitar que los otros vean nuestras debilidades. Pero, que siempre actuemos de esa manera, no significa que sea la más idónea. Porque, como bien apuntas, aceptar todas las fases (de tristeza, de felicidad o de indiferencia) es la clave de la resiliencia.

      Un fuerte abrazo.

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