Protegiendo lo que Nos Hace Diferentes

 

Hay quienes opinan que lo mejor de la televisión son sus espacios publicitarios por la mucha creatividad invertida en la mayoría de ellos. Es un hecho que, en las últimas dos décadas, cada vez encontramos más anuncios que, en apenas unos segundos, son capaces de contarnos una gran historia que nos acaba dando mucho que pensar y que, sin darnos cuenta, acabamos asociando con el producto que nos quieren vender, como si esa historia con la que consiguen emocionarnos tuviese mucho que ver con ese banco, con esa pizza o con esas zapatillas.

Cada vez es más frecuente, también, vincular esos productos al éxito de determinados personajes públicos, como deportistas de élite, actores de renombre o modelos.

Así nuestra mente se llega a condicionar tanto que, cuando en el supermercado pasamos por delante de la sección de chocolates, no podemos evitar pensar en el actor que anuncia una determinada marca de éstos. Cuando pasamos ante una entidad bancaria, recordamos el mensaje del deportista que la está publicitando últimamente, o cuando desayunamos cada mañana con un producto de una marca muy reconocida, podemos llegar a sentirnos a gusto con la vida, tal como nos aseguraba sentirse una modelo hace unos años cada vez que salía en pantalla tomándose un café.

Imagen encontrada en Pixabay

Aunque la televisión esté perdiendo protagonismo en un mundo cada vez más dominado por las redes sociales y las plataformas digitales, la publicidad sigue abarcando buena parte de sus contenidos por el impacto que tiene en la audiencia de las distintas cadenas.

Si nos disponemos a ver un programa de televisión, una película o una serie, tenemos que estar dispuestos a tragarnos mil anuncios la mayoría del tiempo que invertiremos en ello. Y, lo más curioso de todo, es que muchos de esos anuncios no serán de productos que podemos adquirir en las tiendas o por internet, sino propaganda de otros programas que emitirá la misma cadena ese mismo día o al día siguiente.

Hemos llegado a tal punto en esa constante búsqueda del impacto en el consumidor final que incluso en los espacios de noticias nos podemos encontrar con que nos pasan tres o cuatro veces el mismo vídeo y la misma noticia, haciendo propaganda de su propio trabajo como informadores.

Así es muy fácil cubrir una parrilla de programación con poco contenido, repitiéndolo hasta la saciedad y poniendo al límite la paciencia de aquellos que aún eligen pasar la tarde viendo una televisión que cada vez ofrece menos contenidos de calidad y de la que, probablemente, lo único interesante sean los mensajes de algunos de los anuncios publicitarios que emiten.

Uno de esos anuncios es el que protagoniza Rafa Nadal publicitando el banco de Santander. En los tiempos que corren, los bancos no son precisamente el santo de la devoción de casi nadie. Lejos de parecerse a esos mensajes que eligen para hacerse propaganda, cada vez se muestran más arrogantes y se alejan más del ciudadano de a pie. Cierran sucursales, se fusionan entre ellos, obligan a sus clientes a solicitar cita previa para cualquier gestión, cobran comisiones por todo, incluso por tener cuenta con ellos y, ante cualquier problema, tienden a poner mil trabas, como si sus clientes les estorbasen en lugar de contribuir a enriquecerles. Pero lo interesante de este anuncio en particular no es el banco, sino el mensaje que transmite Nadal cuando le aconseja al niño que quiere ser como él que proteja lo que le hace diferente y que nunca cometa el error de querer ser como nadie.

 

Ser uno mismo es una de las aventuras más arriesgadas en las que puede embarcarse un ser humano, pero también la única estrategia para llegar a ser feliz. Feliz no con lo que hayas podido conseguir en el terreno material, sino con lo que hayas conseguido ser.

A veces cometemos el error de pensar que, si ganásemos más dinero, o viviésemos en una casa mejor, o pudiésemos viajar mucho más seríamos mucho más dichosos. Pero nada de eso es verdad, porque, cuanto más dinero tengamos, más querremos tener; cuánto mejor sea nuestra casa, más envidiaremos las casas de los que creemos que viven mejor que nosotros y, cuanto más viajemos, más querremos viajar. El secreto de la felicidad no está en tener más ni mejor, sino en sentirnos más nosotros mismos y en aceptar que no necesitamos parecernos a nadie más para sentirnos mejor.

Lo importante nunca es la meta hacia la que enfocamos nuestra vida, sino lo que vivimos y sentimos cada día, nuestro esfuerzo, nuestra lucha constante, nuestra ilusión, nuestras ganas. Y, en ese sentido, Rafael Nadal sí que es un gran ejemplo. Perseverante, disciplinado y motivado para seguir adelante, independientemente de hacia dónde le lleven sus pasos y convencido de que se ha de conducir protegiendo aquello que le hace diferente.

Todos parecemos muy iguales, pero somos en realidad muy diferentes. No caigamos en las trampas de la publicidad que nos apunta al corazón para vendernos aquello que nos hará perder la razón. Los creadores de muchas de las campañas publicitarias con las que nos bombardean constantemente hacen muy bien su trabajo porque conocen las debilidades de la mente humana. Reforcemos esas debilidades, aprendamos a distinguir el grano de la paja, quedándonos con lo que nos interesa de sus anuncios, que son los mensajes, y desechando el producto que intentan disfrazar con ellos.

Seamos selectivos y eduquemos a nuestra mente para que no mezcle la información llegando a enredarse con ella y a caer en una trampa. Si nos dignamos a atrevernos a reivindicar nuestra diferencia respecto del rebaño en el que nos confunden a todos los que ordenan esas campañas publicitarias, estaremos protegiéndonos y preservando nuestro derecho a seguir siendo quienes somos de verdad.

 

 

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749

 

 

 

Comentarios

  1. No sé por dónde empezar a comentar, pero solo puedo decir que es lo mejor que he leído en lo que va del día.
    Yo admiro a quienes se quedan viendo la tele (pero sin llegar a envidiarles) porque, a mi parecer, es donde la publicidad es más invasiva. Tiene su mérito aguantar eso. No hay manera de terminar una película, te meten un anuncio que dura una eternidad y se te van hasta las ganas de ver la tele.
    Si a muchos les pasa como a mí, en unos años perderán una buena parte de su clientela. No recuerdo cuándo fue la última vez que encendí la tele.
    Respecto a nuestras diferencias, diría que cuando empiezas a aceptarlas y potencias lo bueno que tienen, descubres que intentar parecerse a todo el mundo no tiene mucho sentido. Y tal vez te sientas hasta más feliz. Mínimo, menos presionado/a.

    Te mando un saludo.

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    1. Hola Estefanía,

      Antes de nada, quiero darte las gracias por lo que me dices. Me alegro de que te haya gustado el post. Como bien dices, la televisión es el medio en el que la publicidad es más invasiva. Lo ha sido siempre, pero en los últimos tiempos ha ido cada vez a más. Hay que tener una paciencia a prueba de bombas para seguir un programa o una película y la opción más inteligente suele ser siempre la de apagarla para dedicarnos a ocupaciones más constructivas.

      Un fuerte abrazo.

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