Las Múltiples Caras de la Verdad
A todos nos gusta sentirnos
dueños de la verdad y tratar de imponerla como la única verdad posible cuando
los demás nos cuestionan algún detalle o intentan hacernos ver que los hechos
que relatamos con tanto convencimiento no pasaron del mismo modo en que los
recordamos.
A veces nos olvidamos de que dependemos de nuestra memoria para casi
todo y de que esa memoria no es precisamente infalible y acostumbra a caer
en el vicio de ser muy selectiva.
Nuestros
recuerdos no son fotos fijas de lo que experimentamos, sino
cogniciones móviles que se van perfeccionando a medida que recurrimos a ellos,
hasta el punto de llegar a recordar lo que nunca pasó y a olvidar totalmente lo
que sí tuvo lugar.
La mente humana es así de
caprichosa y de peligrosa.
Una
mentira, repetida muchas veces, puede llegar a ser considerada una verdad
inmutable, incluso para la persona que la sostiene. Una
verdad silenciada, en cambio, puede permanecer escondida durante mucho tiempo y
llegar incluso a caer en el olvido. Porque, para recordar, hay que repetir y,
lo que no se repite, se acaba perdiendo en la noche de los tiempos.
Cuando vivimos determinados
sucesos y nuestra respuesta ante ellos no es la que nos gustaría haber tenido,
tendemos a evitar recordarlos o a explicar verdades a medias, omitiendo nuestra
verdadera reacción y sustituyéndola por otras que nos hagan sentir mejor con
nosotros mismos. Sigmund Freud denominaba
a estas estrategias mecanismos de defensa
y, gracias a ellos, muchas personas consiguen mantenerse en un relativo
equilibrio que les permite seguir con sus vidas sin tener que enfrentarse cara
a cara con sus propios fantasmas. Esto es muy común en personas que han sufrido
infancias traumáticas, en víctimas de violaciones o en supervivientes de conflictos
bélicos. Pero también recurren a este tipo de estrategias las personas que,
simplemente, no se sienten a la altura
de sus propias expectativas y tienen la necesidad de compensar su falta de
coraje o sus escasos reflejos a la hora de lidiar con sus vidas cotidianas con
la invención de versiones de sus propias historias que les ayuden a sentirse un
poco más dignas.
Hablamos de mentiras piadosas cuando decidimos ocultarle
a los que más nos importan una parte de la verdad para evitarles un sufrimiento
que creemos del todo innecesario. Pero ese tipo de mentiras, también las
utilizamos con nosotros mismos y llega un momento en que, de repetirlas tanto,
nuestra mente se las puede llegar a creer y confundirnos con ellas. Llegados a
ese punto, si no somos capaces de distinguir lo que es real de lo que no lo es
cuando evocamos nuestras propias experiencias, ¿pueden estar seguros los demás
de la veracidad de lo que les contemos?
La
memoria comienza con un ejercicio combinado de percepción y atención. Pero,
¿hasta qué punto la realidad que percibimos y atendemos puede considerarse
objetiva? ¿Acaso no intervienen factores internos del propio sujeto que vive un
hecho concreto en la forma como finalmente va a interpretar esa realidad que
percibe y atiende?
Hemos podido plantearnos esta
cuestión muchas veces ante ejemplos en que un
mismo hecho, al ser experimentado por distintas personas a la vez, es recordado
de muy distintas formas. Múltiples caras de una misma verdad, porque tras
cada una de esas caras hay una mente analizando esa realidad con herramientas
distintas. Las versiones pueden coincidir en algunos puntos, pero es muy
difícil que encontremos dos testimonios iguales.
A la hora de interpretar lo
que vivimos, siempre influye lo que hemos vivido antes del suceso que nos ocupa
(interferencia proactiva) y, al
recordarlo, puede influir lo que hayamos vivido después (interferencia retroactiva).
En procesos judiciales es muy
común que las declaraciones de algunos testigos de un delito o de quienes lo
han cometido sufran modificaciones a medida que pasa el tiempo. Bien porque han
recordado detalles que, en un principio, con los nervios del momento, habían
pasado por alto, o porque sus abogados les han recomendado cambiar sus
versiones para resultar más creíbles ante el jurado o ante el juez.
La llamada memoria de testigos es un recurso que
se utiliza mucho en los juicios en los que no se cuenta con otro tipo de
evidencias que podrían resultar más fiables, como las pruebas de ADN o la existencia
de grabaciones de vídeo a la hora de demostrar la culpabilidad del sujeto al
que se pretende juzgar. En estos casos, la decisiones del jurado o del juez van
a depender de lo que recuerdan los testigos y de la forma como éstos son
preguntados por la fiscalía.
La psicóloga Elizabeth Loftus, experta en declarar
en juicios rebatiendo precisamente la credibilidad de la memoria de los
testigos, es autora de más de veinte libros y alrededor de 500 artículos
científicos sobre lo que ella denomina falsa
memoria. Ha dedicado años de su vida a investigar diferentes casos en los
que ha quedado demostrada esa fragilidad de la memoria y lo fácil que resulta
alterarla, simplemente utilizando unas palabras u otras a la hora de preguntarle
a un testigo por lo que vio exactamente. No es lo mismo preguntar ¿a qué velocidad circulaba el vehículo rojo
cuando se empotró contra el blanco? que
¿a qué velocidad circulaba el vehículo rojo cuando se rozó con el blanco? El
incidente es el mismo, pero la manera de describirlo difiere mucho. En la
primera nos imaginamos un exceso de velocidad considerable, la segunda en
cambio concuerda perfectamente con una velocidad normal y un choque fortuito.
Si tenemos en cuenta la
subjetividad de nuestra memoria y lo fácil que resulta manipularla, hemos de
ser conscientes de que, al declarar en un juicio como testigos le podemos arruinar
la vida a otra persona si no somos del todo objetivos en nuestra declaración.
Si no somos capaces de desprendernos de los prejuicios y de la información que
hemos conocido acerca del sujeto con posterioridad a los hechos que se le
tratan de imputar, no estaremos ofreciéndole al jurado ni al juez nuestra
verdad, sino la versión de ella que nos resulta más creíble a nosotros mismos.
En
ocasiones necesitamos tanto culpar a alguien de lo que nos ha pasado, que nos
puede llegar a valer la primera opción que se nos presenta. Y no
tenemos en cuenta que a veces lo que
parece lo más evidente no es precisamente lo más probable.
En su novela Tú no matarás, la escritora Julia Navarro aborda este tema de la
falsa memoria y explica cómo un episodio traumático puede llegar a condicionar
toda la vida de su protagonista hasta el punto de confundirla, haciéndola creer
que fue un acto de amor con la persona de quien estaba enamorada lo que en
realidad fue una violación perpetrada por el tipo que más la asqueaba. La mente
de la protagonista de Tú no matarás estaba tan bloqueada tras el suceso que,
para no desequilibrarse del todo, eligió olvidarse de la versión real y
sustituirla por la versión más deseable. A partir de esa decisión, su vida se
convirtió en una especie de huida hacia delante que la llevaría por caminos
inciertos en los que no dejaría de buscar una verdad que su propia mente había
decidido enterrar.
La
memoria es capaz de hacernos vivir engañados toda una vida y de
tendernos trampas en las que caemos torpemente una y otra vez. Porque lo que ya
está hecho no se puede cambiar por más que intentemos maquillar su aspecto cada
vez que lo rescatemos para tratar de recrearnos en un pasado que nunca nos dignamos
a recordar tal como fue. Idealizamos
nuestros recuerdos igual que idealizamos nuestros deseos para el futuro. Y
nos olvidamos del presente, el único tiempo que de verdad nos pertenece y el
único que tenemos capacidad de cambiar y mejorar. ¿Qué más da lo que hicimos
ayer ni cómo lo hicimos? Lo que cuenta es lo que estamos haciendo hoy y quienes
somos ahora mismo.
Estrella
Pisa
Psicóloga
col. 13749
La verdad es sin duda un tema con mucho argumento. Verdad solo hay una, solo hay una forma de decir la verdad, pero la mentira es más intensa. Podemos mentir para no hacer daño con la verdad, mentir para hacer daño, mentir por venganza o mentir para proteger o protegerse uno mismo de la verdad.
ResponderEliminarAl final es todo lo mismo: Mentir... pero el origen de la mentira es diferente. Muy buen post!!
Muchas gracias por leer el post y comentarlo, Andrely.
EliminarUn fuerte abrazo.
Esa clase de mentira, la que nos decimos a nosotros mismos, en mi humilde opinión, es un veneno que nos corroe por dentro. Pensamos que nos ayuda a sobrevivir, diría más bien que nos conduce hacia la muerte totalmente ciegos. Pero oye, cuánta gente vive en su burbuja (no la pandémica, eh, je, je...), sin que sienta ningún escrúpulo ni remordimiento, ni nada de nada. No sé si lo que pasa, en realidad, es que cada vez vivimos más fuera de nosotros y nos da igual todo.... Genial post Estrella.
ResponderEliminarUn abrazo
Totalmente de acuerdo, Matilde. Pero debe haber gente para todo y contra gustos no hay disputas, como cantaba Serrat.
ResponderEliminarMuchas gracias por leerlo y comentarlo.
Un muy fuerte abrazo.