Lo Ideal o lo Real

 

Cuando hablamos de poesía en España, Gustavo Adolfo Bécquer es uno de los poetas que nos vienen a la cabeza con más frecuencia. Quizá por aquellos versos suyos en los que se preguntaba precisamente qué era la poesía y no dudaba en declarar que poesía era la persona objeto de su amor. Una persona inalcanzable que le llevaba a padecer un dolor que se vertía en todas sus rimas y en todas sus leyendas.

Como producto literario, las rimas y las leyendas de Bécquer tienen un valor incalculable y forman parte del consciente y del inconsciente colectivos de varias generaciones de españoles y extranjeros que habitan una importante parte del resto del mundo. Si tenemos en cuenta la época en que vivió Bécquer, entre 1836 y 1870, su enfermedad y su extremada juventud, podemos entender perfectamente su pesar y que llegase a la conclusión de que su camino podía estar gafado o maldecido desde el principio.

Lo que sorprende de sus letras es que, a día de hoy, pueda haber jóvenes y no tan jóvenes que se las apliquen a sí mismos y a sus circunstancias y traten de justificar con ellas su rendición en la lucha constante por superarse y por seguir adelante, adaptándose a los caprichos de las nuevas mareas.

Superar con éxito los obstáculos que nos van saliendo al paso en nuestro día a día, ¿es una cuestión de suerte o se debe más bien a nuestra determinación, a nuestra constància y perseverancia, a nuestra capacidad de reinventarnos y nuestro empeño por no darnos nunca por vencidos?

No conseguir que el objeto de nuestro deseo nos corresponda, ¿es motivo suficiente para creer que nunca encontraremos el amor verdadero?

¿Qué entendemos por amor verdadero? ¿Acaso el que imaginamos, el que idealizamos, el que es perfecto porque lo hemos diseñado expresamente para satisfacer todas nuestras necesidades sin tener en cuenta que esa persona que idealizamos tan a la ligera pueda tener también sus propias necesidades, anhelos y deseos?

¿Puede ser verdadero algo que sólo está en nuestra imaginación y que nunca ha llegado a materializarse en la realidad? Puede serlo para nosotros, pero no podemos hacerlo extensivo a nadie más. Porque cada uno tiene creado en su mente su propio ideal del amor.

El amor que llamamos platónico no es más que una ilusión con la que nos engañamos. No nos estamos enamorando de nadie en realidad, sino de nuestra propia idea de cómo nos gustaría que fuese esa persona que admiramos y no nos corresponde. Quizá porque olvidamos lo más elemental cuando se trata de entablar relaciones interpersonales: aprender a ver con los ojos abiertos y saber escuchar de forma activa lo que la otra persona se digna a contarnos. Pretender que los demás se adapten a nuestro ideal no es relacionarnos de verdad. Es largar un monologo sin opción a réplica y esperar que los demás lo acepten sin interponer ni una sola objeción.

Lo mejor de las relaciones humanas es lo que podemos llegar a aprender de los demás cada vez que compartimos conocimientos, anécdotas, experiencias, emociones o proyectos de vida en común. Tratar de tenerlo todo bajo control no es una opción enriquecedora para nadie, pues lejos de vivir, lo que hacemos es convertirnos en autómatas que ni sienten ni padecen porque lo tienen todo perfectamente calculado y milimetrado y no dejan lugar a espacios tan humanos como los de la improvisación, la sorpresa o el error.

Equivocarnos es una de las experiencias que, por absurdo que pueda parecer, más nos ayudan a superar la sensación de fracaso, porque nos brinda enseñanzas que, de otro modo, no tendríamos la oportunidad de descubrir.

A veces, que alguien que nos gusta nos dé calabazas, es la mejor manera de descubrir que la forma cómo hemos intentado acercarnos a esa persona no era precisamente la más idónea, bien porque hemos estado un poco sobreactuados, o porque hemos tratado de parecer lo que no somos en realidad, por miedo a decepcionarla si nos mostrábamos naturales.

Y esto no sólo nos pasa en el terreno del amor. Nos pasa en todas las facetes de nuestra vida. Tendemos a creer con demasiada facilidad que no estamos a la altura de las circunstancias a las que nos enfrentamos, que no somos afortunados en determinadas cosas, que los demás nos superan en demasiadas habilidades y que no encajamos en el mundo al que pertenecemos.

Todas esas sensaciones son los ingredientes principales del problema que tenemos en realidad: Idealizamos demasiado nuestras vidas.

Cuando perseguimos un ideal, la vida real se nos acaba escapando todos los días.

Soñar está muy bien y a veces incluso resulta de lo más terapéutico cuando estamos en medio de situaciones dramáticas. En esos casos, soñar nos permite desconectar del dolor, evadirnos por un momento de una realidad asfixiante y darnos fuerzas para continuar. Pero llegar a preferir instalarnos en lo ideal a costa de sacrificar lo real es como aceptar convertirnos en los versos de Bécquer o tratar de perseguir al objeto de nuestros deseos, ya sea una persona o una meta concreta, cuando en realidad se está persiguiendo un rayo de luna.

 


Cuando nos dignamos a vivir de verdad, con los cinco sentidos despiertos y la mente abierta a todo lo que pueda pasar ante ella, sentir que estamos vivos impresiona y puede llegar a provocarnos cierto vértigo, porque en cualquier momento somos conscientes de que nos puede cambiar la vida y nunca vamos a sentirnos preparados para afrontar tales cambios, pero cuando llegan y nos disponemos a hacerles frente, descubrimos maravillados que podremos con ellos porque, en realidad, no eran tan fieros como nos los imaginábamos cuando tratábamos en vano de tenerlos bajo control.

La vida no se puede controlar. Ha de fluir libremente y experimentarse sin limitaciones que la puedan desprestigiar. La suerte no es un recurso con el que podamos contar. Es aleatoria, caprichosa y demasiado inestable como para ficharla en nuestro equipo si lo que queremos es emprender un camino de descubrimientos, aprendizaje y naturalidad.

Dejemos, pues, de recurrir a la mala suerte para justificar nuestro pobre desempeño en cualquier faceta de nuestra vida. Cambiemos el discurso que nos largamos a nosotros mismos cada vez que algo no nos sale como esperábamos. Apartemos la queja fácil, el victimismo que se nos acopla con tanta facilidad, y empecemos a hablar con más objetividad, asumiendo los errores cometidos, pero también aprendiendo de ellos para lograr ser más asertivos la próxima vez que nos veamos en tesituras similares. Cuidemos el lenguaje a la hora de verbalitzar lo que sentimos, porque nuestra mente siempre está alerta y es capaz de procesar incluso aquello que nos decimos en voz baja para que nadie nos oiga. Y esa mente nuestra es tan susceptible que se lo acaba creyendo todo y, en función del contenido de nuestros mensajes, traza rutas alternativas por las que seguir escapándonos de la realidad entre nubes pobladas de ideales que sólo contribuyen a complicarnos más la existencia, al no permitirnos poner los pies en el suelo y habitar el mundo real.

Por dura que sea la realidad que nos esté tocando vivir, siempre es preferible aprender a fluir con ella a instalarnos en un ideal paralelo que nos impida desprendernos de nuestros miedos y descubrir lo que aún no sabemos, y que, sin duda, nos podría llegar a sorprender muy gratamente.

 

 

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749

 

 

 

Comentarios

  1. ¡Qué extraordinario post, amiga Estrella!
    Primero, hablas de Becquer, a quien tengo mucho respeto y de quien hice mía una de sus máximas: "la soledad es el imperio de la conciencia". Tuve que masticar esa frase, odiarla y entenderla antes de apropiármela para siempre. Ahora la adoro.
    Con respecto al tema del amor siempre es tan subjetivo que cada uno despliega sus fantasías a la carta. Particularmente creo que amor verdadero es cada uno de aquellos amores que hemos vivido en plenitud, cada uno circunscrito a su edad, época, etc. Los amores platónicos tienen su pase en las novelas, en la vida real son peligrosos...
    Y luego lo de que la vida no se puede controlar....¡Madre mía, lo que me costó entender eso! Yo era la controladora número uno. Mi mente cuadriculada siempre quería tenerlo todo previsto, todo organizado... supongo que para sentirme segura... Con los palos de la vida desaprendí todo eso. No sirve para nada... es falsa seguridad y complicas la vida a los demás.... Mi cabeza a veces me regatea y quiere volver a las andadas, pero me riño... Es mejor que fluyan las cosas. Un poco de orden está bien, solo para evitar el caos, lo demás son pamplinas...
    No sabes cómo te agradezco lo que me haces pensar...
    Un abrazo Estrella

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    1. Hola Matilde,
      Ante todo, disculpa el retraso en contestarte.
      Muchas gracias por este comentario tan extraordinario. Yo también adoro a Bécquer y sus rimas me han acompañado en distintos momentos de mi vida, ayudándome a entender muchas cosas. Como tú, también viví demasiado tiempo pretendiendo tenerlo todo bajo control hasta que un día me di cuenta de que la vida no se puede planear. Ese día empecé a aprender a vivir.
      Me gusta que me digas que te hago pensar, porque me encanta la gente que piensa y que se atreve a ser ella misma.

      Un abrazo enorme.

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  2. Echamos la mano al factor suerte para no hacernos responsables de nuestras vidas, cuando en realidad depende de nosotros, de nuestra determinación y fuerza de voluntad.

    Qué importante lo que dices de vivir con los 5 sentidos aun a riesgo de equivocarnos, porque el mayor aprendizaje surge de ahí, pero es que como siempre digo, el ego odia equivocarse.

    Un placer leerte, como siempre.

    Un abrazo Estrella!

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    1. Hola Yolanda.

      Cuánta razón en todo lo que argumentas. Mil gracias por leerme y por dejarme estos comentarios tan generosos.

      Un fuerte abrazo.

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  3. Estrella, me parece interesante la forma en la que has planteado este tema. Tras leerte he creído conveniente comentar algo que sí me preocupa de los lectores de hoy, desde el punto de vista de alguien que normalmente escribe textos poéticos. Y ese algo es la interpretación que las personas hacen de los poemas que escribes.
    Por ejemplo, yo puedo escribir sobre cuánto me mata el amor, cuando en verdad ni siquiera me estoy refiriendo a mí en el texto aunque quien lee "yo" lo relacione con la autora. Yo puedo hablar del amor de forma idealizada en un poema sin que en la vida real yo idealice el amor ni quiera que se haga. O sí puede ser que una parte de mí quiera idealizarlo, pero como no es factible en mi realidad, tenga que liberar ese lado a través del arte (haciéndolo posible en un poema, en este caso). O sea, que razones mil pueden existir detrás de lo que se lee en un poema, en principio de gramática sencilla.

    Los autores escriben lo que escriben por diferentes motivos y con significados diversos para ellos, por eso quien tiene que hacerse responsable de lo que interpreta y decide creer es quien lee.

    Escribir un poema de cualquier índole puede ser un simple ejercicio artístico, como crear una película de fantasía. Cuando las personas ven una película de un hombre volador, a nadie con las neuronas en su sitio se le ocurre pensar que un ser humano vuela en la vida real. Pero si leen en un poema algo como "tú me haces volar", pues se escandalizan y empiezan con las teorías de fomentar amores tóxicos, por poner un ejemplo. Para el poeta lo que escribe no siempre tiene un sentido literal. Lo digo porque la gente me hace mucho preguntas de ese estilo. Escribo sobre infidelidad y ya me preguntan si he sido infiel y por eso lo escribo. Para que veas el punto...

    Creo que antaño era más justo, la gente al menos se esforzaba por conocer el contexto del autor para interpretar mejor su obra. Hoy, poca gente hace ese mínimo esfuerzo antes de llegar a conclusiones, muchas veces erradas sobre lo que escribes.

    Pienso que es importante abordar estos temas. Pero, también pienso que las personas deberían ser más conscientes de que muchas veces ellos son quienes están interpretando tus palabras.

    El escritor/artista/poeta, en principio tiene una necesidad de expresar algo. Yo pienso que debe poder hacerlo a su manera. Por eso mismo, no puede ser responsable de lo que cada uno decida entender y después poner en practica.

    Saludos :)

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    1. Hola Estefanía,

      Tu impecable comentario podría constituir perfectamente un artículo más de tu blog y seguro que se convertiría en uno de los más visitados.

      La cuestión que planteas es verdaderamente interesante.
      La literatura, como cualquier otra forma de arte, no deja de ser el fruto de una construcción mental. Los poetas, los novelistas, los compositores y letritas, los dramaturgos, los guionistas de cine o incluso los microrelatistas no dejan de crear u diversos alternativos a una realidad que no tiene porqué coincidir con la suya personal, pero sí parte de escenas o .momentos de la realidad de su e torno que me han podido inspirar los personajes y las tramas de sus obras.

      Igual que la vida no es lo que nos pasa, sino lo que somos capaces de hacer con lo que nos pasa, todo aquello que leemos no eso que el autor ha construido en sus composiciones, sino lo que somos capaces de interpretar al sumergirnos en ellas.

      Y es muy cierto eso que dices de que muchas veces los lectores confunden la obra con la ida real de su autor y no dudan en recriminarle las ideas o los actos que defienden sus personajes, porque mes atrkbuyen esas voces a ellos mismos.

      A veces encasillar a un autor de forma total.ente injusta sólo por la interpretación errónea que hacemos al leer alguna de sus obras y, cuando vol emos a ella años después descubrimos que esa misma obra nos parece muy distinta. Ma obra no ha cambiado. Los que hemos ca.biado somos nosotros, que hemos aprendido a ampliar nuestros puntos de mira y sólo capaces de detectar cosas que antes no habíamos aprendido a ver.

      Mil gracias por este comentario tan constructivo y por ser como eres y ver como ves.

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