Hechos o Versiones de los Hechos
Cuando no recibimos la información de primera mano, porque no estamos presentes en el momento en que se suceden los hechos que nos acaban afectando, corremos el riesgo de tener que conformarnos con una versión muy sesgada de esos hechos.
La
información es poder y la capacidad de manipularla hasta el punto de que una
misma noticia se pueda interpretar de formas bien distintas se ha ido
convirtiendo en un verdadero arte a medida que han ido evolucionando las nuevas
tecnologías.
En
función de los intereses que muevan a un observador, lo que vea se acabará
traduciendo en una versión o en otra del mismo hecho. Pero el hecho mismo
siempre es una experiencia objetiva e invariable.
Cuando un jarrón se cae y se hace añicos contra el suelo, por más que lo miremos desde diferentes ángulos, el jarrón seguirá roto y nadie podrá devolverle su integridad por más que intente darle vueltas al por qué, al cómo o al cuándo se ha roto. Lo mismo ocurre con las personas, los animales o las plantas cuando mueren. Podemos intentar buscarle tres pies al gato para hallar una explicación de por qué ha sucedido, pero no podremos devolverles la vida, porque su muerte es un hecho consumado y objetivo.
Podemos desesperarnos por lo que se nos ha roto... |
Las
versiones que nos hacemos cada uno de los hechos que vivimos son algo
completamente distinto, pues responden a nuestras construcciones mentales en
torno a esos hechos. Esas versiones siempre son subjetivas y reinterpretables.
Podemos
creer que el jarrón se ha caído porque alguien lo había dejado en el filo de la
mesa intencionadamente para que se cayera y que luego aparezca alguien
defendiendo la versión de que vio desde el pasillo cómo el gato se subía a la
mesa y se sentaba junto al jarrón. Cuando esa persona entró en la sala, el gato
se sobresaltó y salió disparado hacia el suelo haciendo caer, en su huida, al
jarrón. Pero, incluso teniendo conocimiento de esta segunda versión del mismo
hecho, podemos pensar que esa otra persona nos miente para esconder su
culpabilidad al recordar, de repente, cómo ésta se mofó el día que lo compramos
y lo tildó de “baratija de los chinos”.
Los
hechos son inmutables. Da igual quien sea testigo de ellos ni quién tenga conocimiento
de esos hechos tiempo después de que hayan acontecido, a través de muchos
intermediarios que se los relaten completamente tergiversados. Podrán cambiar
los antecedentes y los consecuentes de esos hechos, pero los hechos en sí no
cambiarán en absoluto. Los objetos que se hayan roto, seguirán rotos y las
vidas que se hayan apagado tampoco volverán a encenderse. Pero tendremos mil versiones
de esas pérdidas que se nos antojarán mil pérdidas distintas, porque lo que las
habrá provocado y las consecuencias que habrán acarreado en quienes las hayan
sufrido escribirán mil historias diferentes.
Los
hechos suceden inesperadamente, sin darnos tiempo a reaccionar. Todo parece en
orden y, de repente, en cuestión de segundos, todo se desvanece. Un avión que
se cae, una caldera de gas que explota en un vecindario, un infarto que fulmina
a alguien en el trabajo o mientras duerme tranquilamente, un niño que se suelta
un momento de la mano de su padre o de su madre y desaparece sin dejar rastro,
unos simples números que salen de un bombo en la tele y resultan ser los mismos
del boleto que hemos comprado esa tarde sin demasiada esperanza de que nos pudiesen
acabar cambiando la vida, una persona con la que tropezamos en la calle y acaba
convirtiéndose en nuestra pareja, un libro que nos regalan y que resulta ser el
mismo del que hemos oído hablar en la radio esa misma mañana y que pintaba tan
bien, o ese día que sale un sol deslumbrante cuando los meteorólogos se
empeñaban en anunciar lluvias torrenciales.
Lo
que hace que los mismos hechos sean experimentados de modo tan distinto por
distintas personas son las formas que éstas eligen para explicárselos a ellas
mismas y a los demás.
Hay
quien, ante los hechos de carácter negativo, prefiere optar por el dramatismo,
por la queja constante, por la tristesa perpetua o por pasarse el resto de su
vida buscando presuntos culpables. Otros, en cambio, tratan de quitarle hierro
a la dureza de los hechos aceptándolos y tratando de seguir adelante sin perder
la esperanza y sin cerrarse en banda a todo lo bueno que pueda estar por venir.
Ante
los hechos que pueden considerarse positivos, podemos encontrarnos personas que
pierdan la cabeza literalmente, desatándose en un estado de euforia
desenfrenada que les lleve a olvidarse de quienes son, mientras que otros,
corriendo la misma suerte, tengan dificultades para aceptar su nueva realidad,
pudiendo llegar a sentirse culpables o no merecedores de las consecuencias de
esos caprichos del destino que se han empeñado en mejorarles la vida.
En
cualquier caso, no son los hechos los que nos cambian la vida para bien o para
mal, sino las versiones que nos construimos de esos hechos. Lo que decidimos
contarnos a nosotros mismos y a los demás de esa circunstancia que acabamos de
vivir es lo que acabará amargándonos la vida o dándonos otra oportunidad de
intentar hacer mejor las mismas cosas.
Si
escuchar a quienes tratan de manipularnos y llegar a creer lo que nos cuentan
se puede considerar una experiencia de lo más peligrosa, escucharnos y creernos
a nosotros mismos cuando nos ponemos a contarnos nuestras miserias y a lamernos
las heridas entre confidencia y confidencia ante el espejo es como caer en
medio de un pantano y sentir cómo nos fundimos en un lodo espeso y absorbente
que amenaza con arrastrarnos hasta el fondo sin posibilidad alguna de volver a
ver la superficie.
En
cualquier caso, nunca podremos para el tiempo ni obligarlo a retroceder para
evitar caer en los errores o en las distracciones que nos han llevado hasta
donde no hubiéramos querido ir. El tiempo solo sabe correr hacia adelante, no
se da treguas ni admite segundos intentos. Lo que está hecho ya no puede
deshacerse. Pero sí podemos cambiar nuestra manera de entender esos hechos,
aprendiendo a quedarnos con las versiones de los mismos que menos daño nos
infrinjan y que más nos faciliten la adaptación a la nueva situación en la que
nos encontramos.
O podemos imitar a los japoneses uniendo las piezas rotas con oro para reconstruir un jarrón distinto que no tenga ningún complejo al mostrar con orgullo sus heridas. |
Si
una situación es irremediable solo cabe aceptarla y tratar de amoldarnos a
ella. Pero, si trata de un problema que puede tener solución, busquémosla
poniendo a trabajar todos nuestros sentidos, adoptando posturas de acercamiento
y ejercitando la voluntad de conseguir entendernos con aquellos que sufren el
mismo problema, pero desde el lado opuesto.
Evitemos
el reproche fácil, la desacreditación inútil de aquellos que defienden a capa y
espada su particular versión de los hechos, del mismo modo en que nosotros
intentamos mantener la nuestra. La solución no pasa por convencer al otro de su
error ni porque el otro nos convenza a nosotros del nuestro, sino por
atrevernos a poner sobre la mesa ambas versiones y tratar de hallar los puntos
en los que convergen para construir a partir de ellos una nueva versión que nos
convenza a ambas partes y nos permita poder pasar página y seguir adelante.
Estrella
Pisa
Psicóloga
col. 13749
Totalmente! El hecho en sí es objetivo y como bien dices, lo que interpretamos de ese hecho es subjetivo. Y como actuamos antes ese hecho hay miles respuestas y cada cual lo hará de diferentes formas como relatas; es decir, no sufrimos por lo que nos pasa sino por lo qué pensamos sobre lo que nos pasa, podriamos decir.
ResponderEliminarUn abrazo gigante!
Exacto Yolanda!
EliminarMuchas gracias por leer el post y comentarlo.
Un fuerte abrazo.