Anticipándonos al Desastre
Muchas de las cosas que
hacemos diariamente acaban convirtiéndose en armas de doble filo que pueden
desembocar en consecuencias muy diferentes dependiendo de cómo las enfocamos.
El ejercicio de pensar es una de
ellas.
Pensar puede
ayudarnos a ser más analíticos, a desarrollar el sentido crítico, a interpretar
de forma más libre lo que sucede a nuestro alrededor, a decidir más
conscientemente aquello que queremos o no queremos en nuestras vidas. Pero, a
veces, pensar demasiado en aspectos de nuestra existencia que no dependen
exclusivamente de nosotros, nos puede llegar a impedir que nuestros días
converjan en una experiencia satisfactoria.
Gracias
al recurso del pensamiento, los seres humanos hemos conseguido evolucionar
hasta el punto en el que nos encontramos ahora. A base de hacernos preguntas
para las que aún no teníamos respuestas, enhebrando ideas y tratando de
probarlas con mayor o menor éxito, maquinando estrategias que no se le habían
ocurrido antes a ninguna otra mente racional, atreviéndonos a cruzar las líneas
que nuestros antecesores habían trazado guiándose únicamente por el sentido de
la prudencia, saliendo miles de veces de nuestra estrecha zona de confort o
sacrificando nuestra propia vida y la de los nuestros por defender lo que otros
consideraron indefendible.
Pero ese mismo pensamiento que
nos ha permitido llegar hasta donde estamos, a veces cae en trampas con forma
de lagunas fangosas o parajes desiertos en los que solo cabe perderse en
círculos viciosos de los que resulta casi imposible salir airosos. Cuando
nuestra mente discurre por tales escenarios, más que pensar, lo que acaba
haciendo en rumiar, empezando a dar vueltas y más vueltas sobre un mismo punto,
mareándose en una espiral de preocupación, miedos muchas veces infundados y
agitación emocional que nos acaba dejando agotados, sin haber encontrado
respuesta alguna a nuestro supuesto problema.
Los
problemas pueden ser objetivos o subjetivos. Los primeros pueden
llegar a tener tantas soluciones como nos permita nuestra creatividad. Los
segundos, en cambio, acostumbran a no tener ninguna capaz de satisfacernos ni
de reducir la angustia que nos provoca pensar en ellos. Porque preocuparse
por el futuro no es un problema que tenga fácil solución. Pasarse la noche
en blanco pensando en lo que pueda pasar y tal vez no llegue a pasar nunca, es
perder un tiempo precioso en amargarnos la vida sin ninguna necesidad.
En este sentido, cualquier otro animal demuestra ser mucho
más pragmático que el humano, porque ninguno de ellos parece perder el tiempo
tan alegre o tristemente como lo hacemos nosotros. Y este hecho aún
sorprende más cuando nos hacemos conscientes de que ellos acostumbran a vivir
en condiciones mucho más adversas que las nuestras, estando unos en el menú
diario de los otros. Cualquier animal salvaje vive sabiendo que ese día puede
ser el último, pues en cualquier momento se puede encontrar de frente con otro
que le dé caza, lo mate y se lo coma. Pero, ¿acaso ha podido probarse que estos
animales vivan en una situación permanente de estrés? ¿Acaso dejan de hacer sus
vidas por miedo a que mañana les sorprenda una fiera leona o les atrapen las
mandíbulas de un cocodrilo mientras crucen un lago? Lo que nos muestran los
documentales sobre esos animales es que se limitan a vivir el momento y sólo
ponen en marcha sus mecanismos de estrés cuando toca correr, huir, tratar de
salvar el pellejo. Pero, pasado el peligro, aunque hayan caído compañeros de su
manada, no se sumen en la desesperación ni se lamentan por su desgracia, sino
que se vuelven a relajar, cargan pilas y celebran seguir vivos. Gracias a esa
capacidad de desconectar que tienen pueden mantenerse fuertes y con garantías
de supervivencia. Si el miedo al peligro les paralizase serían los primeros en
caer en el próximo ataque.
Hay personas que, ante la
adversidad, se crecen y consiguen imitar las conductas de esos mismos animales,
logrando recargar pilas y hacerse más fuertes para estar más preparados para lo
que les depare el devenir. Pero otras, ante la mínima contrariedad, sucumben en
el miedo y deciden mantenerse siempre alerta, obligando a su organismo a
segregar ingentes cantidades de hormonas del estrés que les impiden descansar
por las noches y mantenerse despiertos de día. En una especie de estado de
emergencia perpetua, se pasan todo el tiempo esperando que suceda lo que tal
vez nunca va a suceder. Al no darse tregua, la sensación de agotamiento mental
cada vez se va acusando más y esas personas necessitan encontrar alguna vía de
escape para liberar gran parte de la tensión que las consume. La encuentran
descargando toda la agresividad de la que son capaces sobre quienes tienen más
cerca. Bien a través de reproches, de descalificaciones o de desplantes. Lejos
de sentirse aliviadas, la respuesta que reciben a esas descargas es el distanciamiento
de aquellos a quienes han atacado, retroalimentando su preocupación, sus miedos
irracionales y su insatisfacción.
La psicóloga inglesa Susan Greenfield sostiene que la depresión es el resultado de una
introspección excesiva, que funciona como una telaraña. Al no dejamos de
observarnos nos acabamos enredando en sus finos hilos. Si partimos de esta
premisa, la depresión sería un padecimiento típicamente humano, pues ningún
otro animal tiene esa capacidad de introspección.
En ocasiones, la única
diferencia determinante que existe entre dos personas que se enfrentan a la
misma situación es el tipo de
pensamientos que se está gestando en sus mentes. Según sean estos
pensamientos, una de esas personas superará con éxito ese escollo que se haya
cruzado en su camino, mientras que la otra permanecerá anclada en sus
dificultades y en su sentimiento de fracaso.
Nos bastaría con aprender a
apartar esos pensamientos intrusivos y derrotistas
para empezar a vislumbrar esbozos de posibilidades mucho más agradables que nos
liberen de toda esa carga innecesaria de ansiedad y de temor. Si acabamos siendo lo que pensamos que
somos, animémonos a pensar con un poco más de optimismo y objetividad,
dándonos un voto de confianza a nosotros mismos y a quienes más sufren cuando
nos contemplan, sin poder hacer nada, enredándonos en la telaraña que ha tejido
nuestra propia mente para atraparnos en ella y paralizar nuestra voluntad.
La
vida no va de anticiparnos a los acontecimientos,
tratando de adivinar lo que nos pasará o no nos pasará. Tampoco va de sufrir
más de lo estrictamente necesario, ni de pasarnos todo el tiempo nadando y
guardando la ropa, viviendo pero sin atrevernos a hacerlo plenamente, engañándonos
y engañando a los demás al empeñarnos en edulcorar nuestra imagen en el espejo
o en las pantallas en las que en los últimos años tratamos de inmortalizar los
episodios de una vida que no hemos vivido realmente.
La
verdadera vida va de ser consecuente con lo que sentimos de verdad. Va
de dejarnos sorprender y de entrenar nuestra capacidad de adaptarnos a las
nuevas circunstancias. Sin esperar de los demás más de lo que ellos puedan
esperar de nosotros y agradeciendo cada día que logramos sentirnos en paz con
quienes somos, sin preocuparnos de lo que padecimos en el pasado ni de lo que
esté aún por llegar.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Excelente.
ResponderEliminarA medida que iba leyendo el texto, me iban surgiendo dos términos que veo al final que marcas como "palabras clave": resiliencia y rumiaciones.
La anticipación del futuro, tan importante tantas veces, puede degenerar, lo hace con frecuencia, en puro miedo irracional, en ese rumiar inútil y que deprime. Alguien dijo que había tenido muchísimas enfermedades, alguna de las cuales fue real.
Esta condenada pandemia nos ha ubicado del peor modo en el tiempo cronológico, haciéndonos, a mí al menos, vernos en la flecha temporal, con tantos años "vividos" y tantos que pueden quedar como mucho, casi como si fuera imperioso un balance biográfico, algo absurdo, ya que el C.Vitae no lo es en realidad de vida vivida sino de actividades realizadas en ella.
La concepción rica de Aión cede su paso a Chronos. A la vez, el aislamiento que se produce en mayor o menor grado, no contribuye a facilitar las cosas.
Es por eso que textos como éste tuyo son de agradecer, como lo es la tarea del encuentro que los psicólogos brindáis a quienes lo precisan.
Aunque no lo comente habitualmente, sigo tu blog, y aprovecho esta circunstancia para expresarte mi felicitación por él y animarte a que sigas, con él, animándonos a quienes te leemos.
Un abrazo
Javier
Hola Javier,
EliminarCómo agradezco estos comentarios tuyos, que rebosan tanta generosidad y tanto conocimiento.
Para un mero aprendiz de la vida como yo, es un verdadero privilegio que alguien como tú dedique parte de su preciado tiempo a leer lo que se me ocurre escribir en el blog.
Un abrazo enorme y mil gracias.
Hola! Totalmente de acuerdo contigo. Nuestros pensamientos nos pueden ayudar o destruir. Lo que no depende de nosotros, es ilógico entrar en pensamiento bucle, porque es ajeno a nuestro control, en cambio, tenemos que tener fuerza para cambiar lo que si podemos cambiar.
ResponderEliminarY respecto a los animales que viven en el presente...un gran ejemplo el que nos dan.
Un abrazo gigante!
Muchas gracias por leer el post y comentarlo, Yolanda.
ResponderEliminarMe encanta tu frase de que tenemos que tener fuerza para cambiar lo que sí podemos cambiar.
Un abrazo muy fuerte.