Ilusión de Control: Los Locos Años Veinte
Pese a las elevadas cifras de
muertos y de personas con secuelas graves que, en muchos casos, pueden llegar a
ser permanentes tras haber padecido el covid-19, sorprende que tantas personas
sigan manteniendo actitudes tan irresponsables y tan temerarias como las que
están abriendo los espacios de noticias por sus lamentables consecuencias todos
los días.
Si a esas actitudes
caprichosas les sumamos la relajación de
las medidas de prevención adoptadas por el gobierno, amparándose en el
incremento de las vacunaciones, no es de extrañar que España siga pintándose de
rojo en una Europa en la que la mayoría de sus estados ya llevan tiempo
luciendo un verde espectacular.
Dicen que el tiempo lo acaba
poniendo todo en el lugar que le corresponde. Hace ahora un año, cuando nos
abrieron la puerta para salir de un confinamiento que sólo nos sirvió para
hacernos promesas de mejora que después no cumplimos, nos permitieron
relajarnos y empezar a vivir de espaldas al virus, porque se priorizó el
negocio del turismo a expensas de la salud de todos.
Un año después, como si las
consecuencias de aquel desenfreno no nos hubiesen hecho sufrir bastante,
volvemos a las andadas, sin importarnos un ápice que en los centros de
asistencia primaria no puedan dedicarse a lo que tendrían que estar haciendo,
que es atender presencialmente a los pacientes de siempre, por tener que
pasarse el día entero extendiendo bajas por covid o por cuarentenas de covid a
los contactos del que ha dado positivo. Tampoco pensamos en la presión que se
vive en los hospitales, ni en los tratamientos, pruebas diagnósticas e
intervenciones quirúrgicas que se siguen teniendo que posponer porque las
consecuencias del desmadre de unos pocos tienen prioridad en detrimento de la
salud de tantos otros.
A raíz de lo ocurrido estos
días en Mallorca con el viaje de fin de curso de estudiantes de toda la
península que resultaron contagiados por covid-19
y han tenido que guardar cuarentena en hoteles de la isla, sorprende que haya
padres que aún se atrevan a declarar delante de una cámara de televisión que
tenían a sus hijos “secuestrados”. Qué
fácil es culpar de las consecuencias a quienes tienen que velar por el
cumplimiento de las normas que se han dictado para todos, sin excepción. Qué
fácil seguir negando lo evidente, que no es otra cosa que la irresponsabilidad de esos hijos por empeñarse
en hacer un viaje que el sentido común jamás habría autorizado y la negligencia de sus padres por
permitirles que lo hicieran.
Pero, pese a lo ocurrido en
Mallorca, cada día y cada noche seguimos viendo en nuestras pantallas lo que
ocurre en las plazas y en las playas: montones de jóvenes aún sin vacunar
apiñados en macro botellones sin tomar ninguna medida de seguridad, viviendo la
vida loca, como en los locos años veinte, justo después de la pandemia de la gripe española.
Imagen encontrada en Pixabay |
¿Por
qué hemos de resultar tan indignadamente previsibles los humanos?
¿Por
qué nos tenemos que repetir tanto?
Somos
nuestro peor virus y, lo más triste, es que no tenemos vacuna que nos proteja de él.
¿Qué se puede esperar de
individuos que, cuando cometen faltas tan graves por las que acaba padeciendo
tanta otra gente, en lugar de una reprimenda o una multa, lo que obtienen es
una defensa pública de sus madres, que encima les consideran víctimas?
Jóvenes a las puertas de la
universidad no pueden considerarse niños indefensos. Si se es maduro para
decidir el propio futuro, para viajar donde se quiera, para mudarse a vivir a
un piso con otros estudiantes o para mantener todo tipo de relaciones con quien
se le antoje, también se ha de ser maduro para responder por las consecuencias
de los propios actos.
De acuerdo que más de un año
de coronavirus ya cansa y que los más jóvenes sienten que les está robando un
tiempo precioso. De acuerdo que no podemos pretender
que entiendan la magnitud de esta pandemia con la objetividad que la
deberían entender sus padres o sus tutores. Menos aún que la vean cómo la ven
los sanitarios o los científicos que están poniendo todo su empeño en dar con
la clave para neutralitzar sus efectos.
Pero bastaría con que se limitasen a cumplir las normas y tomasen
precauciones para evitar que el virus se sintiera tan bien acogido entre ellos
que acabasen todos enredados en una bacanal de órdago.
Ya no se les pide
responsabilidad por preservar la salud de sus padres o sus abuelos, porque a
estas alturas, ya casi todos ellos deben tener la pauta completa de vacunación
y el peligro de que se contagien y tengan secuelas graves es mínimo. Si se les
pide responsabilidad es por su propia salud, porque ahora el virus ha mutado y
los que se encuentran en las UCIs son jóvenes.
Si
algo tienen los virus es una tremenda capacidad de adaptación al medio en el
que pretenden reproducirse de forma exponencial. Con
las vacunas, ese medio se les está acotando cada vez más, concentrándose entre
las personas que permanecen sin vacunar que tienden a agruparse y a congregarse
en espacios reducidos, que no permiten que corra el aire entre unos y otros. Ese es el caldo de cultivo ideal para
reproducirse sin control y en el que el virus está disfrutando de sus locos
años veinte. Tal vez rememorando el centenario de su predecesor.
Que no se engañen los negacionistas pensando que los que nos
mostramos reacios a desprendernos de las mascarillas, a olvidarnos de los geles
hidroalcohólicos y a dejar de mantener la distancia de seguridad, somos unos
pobres adoctrinados de un nuevo orden mundial que nos pretende sumisos y controlados
mediante el micro dispositivo que, supuestamente, nos han introducido en el
organismo con el pinchazo de las vacunas. Aquí
el único que pretende reducirnos a la mínima expresión es el virus. Hasta que
esa franja de la población que se empecina en negar la evidencia y en vivir de
espaldas al padecimiento de tantos semejantes, no estaremos a salvo ni tampoco
podremos empezar a prepararnos para combatir con mayor acierto los virus que,
en el futuro, seguirán apareciendo. Porque esta guerra biológica no ha hecho
más que empezar.
La mente humana es capaz de
maravillarnos al salirnos al paso con recursos increíbles que, en ocasiones,
nos permiten desarrollar proyectos ingeniosos y lograr objetivos para los que muchas
veces pensamos que no estábamos suficientemente preparados. A veces llevamos
mucho tiempo intentando algo, sin éxito, y de repente un día nos dejamos llevar
y el resultado esperado sale casi sin esfuerzo, como si hubiésemos fluido con
cada paso hasta llegar a la meta ansiada.
Pero otras veces, esa misma
mente nos puede llevar por caminos equivocados, deslumbrándonos con un recurso
denominado “ilusión de control” que,
casualmente, se da mucho entre los más jóvenes. Personas que empiezan a tontear
con el alcohol o con alguna otra droga y creen, firmemente, que ellos no se van
a enganchar porque ellos “controlan” y lo pueden dejar cuando quieran. Esa
misma ilusión les puede estar engañando ahora con el coronavirus, porque ellos
tienen un sistema inmune a prueba de bombas y no se van a contagiar. Si este
modo de autoengañarse se une a otro concepto denominado “fábula personal”, que implica que la persona se crea única e
invulnerable, no es difícil entender tantas muestras de irresponsabilidad y
desenfreno entre los más jóvenes, que se abandonan sin control a sus instintos
más temerarios, como si no hubiese un mañana, tal como hacían nuestros
ascendentes de hace cien años a ritmo de charlestón.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
HOLA, Estrella!! No me explico que haya habido un brote tan grande y de estas dimensiones que se prevee que si no se frena vayamos por la quinta ola. Y lo que dices también es cierto, que el virus es más resistente ahora. La vacuna masiva ayuda, pero el gobierno se ha precipitado al dar el visto bueno de relajar las medidas. Ahora, el desfase y los contagios auguran un confinamiento a la vista y vuelta a las quejas, a la ansiedad y la depresión. Tan solo llevamos la mitad de la población vacunada, y sí, yo creo que con seguir las normas hubiera bastado. No sé si es despreocupación o ganas de liberación. Claro, son otras edades, pero no podemos negar que la imprudencia de unos, sea la edad que sea, es el sufrimiento de todos. Por lo que todo lo que haga el de al lado, nos afecta pero sobre todo, lo que hagamos nosotros le afectará alguien. Nadie conduciría borracho por libertad o sí?
ResponderEliminarUna reflexión de lo más interesante, Keren.
EliminarComparto todo lo que dices.
Un abrazo enorme.