Neurogénesis o la Siembra de Nuevas Opciones

Estar vivo implica estar expuesto continuamente al cambio, un cambio que nos inspira respeto y que en ocasiones puede generarnos niveles importantes de ansiedad, pero contra el que no podemos luchar.

A veces olvidamos que, dentro de nuestro organismo, habitan millones de células de distinta naturaleza cuyas funciones específicas nos hacen posibles. Somos el resultado de un exhaustivo y brillante trabajo en equipo. Basta con que algunas de esas células se descontrolen por alguno de los cambios que experimentan en su reducido hábitat para que nuestro organismo se resienta y nos aboque a la enfermedad.

Esos cambios que alteran a nuestras células pueden deberse a la manifestación de algún gen o a las consecuencias derivadas de la adopción de determinados hábitos a la hora de conducirnos por las singularidades de nuestra vida. La forma como comemos, los vicios que adquirimos o las relaciones emocionales que establecemos con otras personas pueden acabar alterando el clima de los entornos en los que se desarrollan y habitan nuestras células.

En las últimas décadas, el enfoque multidisciplinar a la hora de estudiar nuestro comportamiento celular ha permitido grandes avances en el campo de la neurobiología, que suponen una esperanza de poder mejorar las condiciones de vida de personas que sufren enfermedades degenerativas o han visto mermadas algunas de sus capacidades como consecuencia de alguna enfermedad o algún accidente.

Hasta no hace mucho tiempo se creía que las neuronas no podían regenerarse y que todo lo que no hubiésemos conseguido aprender de jóvenes, ya no lo aprenderíamos, porque nuestra mente habría perdido elasticidad. Hoy sabemos que dicha creencia sólo es una excusa para no arriesgarnos a abandonar nuestra zona de confort.


La neurogénesis es el proceso por el que se generan nuevas neuronas a partir de células madre y de células progenitoras.

A lo largo de nuestra vida, son muchos los momentos que nos pueden llevar a pensar que no estamos en buena forma. La rutina, los problemas económicos, el estrés o las obligaciones familiares pueden llevarnos a ponernos en modo piloto automático y abandonarnos a la idea de dejarnos llevar por los acontecimientos de nuestras agendas, sin pararnos a pensar en lo que estamos haciendo realmente. No tenemos tiempo que perder y tenemos que hacer un montón de tareas diariamente. Pararnos a pensar equivale a ponernos en peligro y hacer sufrir a quienes dependen de nosotros. De modo que optamos por seguir siempre adelante, sin hacer caso a las señales que nos envía nuestro cuerpo cada vez que estamos frente al espejo, o que nos atenaza esa acidez de estómago después de las comidas, o que no nos cierran los pantalones porque hemos cogido demasiado peso. Hasta que una revisión médica rutinaria nos revela el estado de nuestras arterias, o de nuestro hígado o de nuestro páncreas. Y hemos de decidir entre empezar a comer más sano y hacer ejercicio regularmente o acostumbrarnos a medicarnos de por vida para seguir llevando el mismo ritmo y los mismos hábitos que hemos llevado hasta ahora.

Cualquiera que se haya llevado un susto en su historial de salud y haya optado por empezar a cuidarse de verdad, sabrá de los beneficios de adoptar unos hábitos más saludables. Comer sano no tiene por qué ser sinónimo de comer aburrido y soso. Hay mil formas creativas y jugosas de preparar una ensalada o unas verduras, de disfrutar de un pescado o de una carne sin abusar de salsas hipercalóricas ni de aderezos ultraprocesados. Y suele salir bastante más económico preparar un plato a base de ingredientes frescos y de proximidad que recurrir a comprar productos ya precocinados.

En cuanto al ejercicio físico, es verdad que cuesta empezar a practicarlo cuando nunca lo hemos hecho antes, pero nuestro organismo tiene una capacidad de adaptación increíble y, en pocas semanas, si somos regulares y disciplinados en la práctica de alguna actividad, acabaremos incorporándola a nuestro día a día sin el menor de los problemas y los cambios que iremos experimentando poco a poco se acabarán haciendo muy evidentes en nuestro bienestar general y traduciéndose en unos marcadores mucho más saludables en nuestro historial médico.

Si a la hora de gestionar nuestros problemas de salud física somos capaces de comprometernos en la realización de todos estos cambios, ¿por qué nos resistimos tanto ante la idea de instaurar conductas de mejora en nuestra existencia mental?

Cuantas más conexiones distintas puedan establecer nuestras neuronas más conocimiento seremos capaces de asumir y más flexible será nuestro pensamiento.

Cuerpo y mente siempre han ido de la mano. Si nos esmeramos en cuidar del primero, deberíamos atrevernos a hacer lo mismo con la segunda. Nuestras neuronas, al igual que las células del resto de nuestros sistemas orgánicos, también merecen desenvolverse en entornos menos tóxicos. También merecen que les hagamos limpieza de armarios y que les pasemos de vez en cuando algún potente antivirus.

Cuantas más ideas y convicciones que ya se nos han revelado como falacias nos empeñemos en conservar arrinconadas por nuestra mente, menos espacio les dejaremos a nuestras neuronas para almacenar conocimientos nuevos y menos oxígeno circulará libremente por sus intrincados pasillos.

Llegados a este punto, la neuroplasticidad y la neurogénesis tienen mucha luz que aportar.

Recientes investigaciones con ratones en las universidades de Leeds y Cambridge han puesto de manifiesto que a medida que envejecemos tenemos más compuestos inhibidores de la neuroplasticidad en el cerebro. La culpa de que perdamos la memoria con la edad la tienen las redes perineuronales (PNN). Estas estructuras, similares a un cartílago, rodean ciertos grupos de neuronas cerebrales y pueden llegar a limitar su capacidad para crear nuevos recuerdos, aprender y adaptarse.

Los investigadores se propusieron encontrar una forma de regular las concentraciones de esos compuestos inhibidores contenidos en las redes perineuronales con el objeto de restaurar la pérdida de memoria y de otras funciones cognitivas en sujetos ancianos. Estos compuestos son sulfatos de condroitina. Utilizaron un virus manipulado genéticamente, pensado no para infectar, sino para lograr que el cerebro de estos ratones ancianos produjese más sulfato de condroitina-6. El experimento tuvo éxito y estos ratones se comportaron de forma similar a los ratones jóvenes.

Si estos experimentos acaban arrojando los mismos resultados en sujetos humanos podríamos pensar que la solución a nuestros problemas pasaría por habituarnos a tomar fármacos en cuya fórmula estuviese contenida la condroitina. Pero, al igual que pasa con nuestra salud física, la mejor opción no siempre es la farmacológica, que siempre acarrea efectos secundarios y cuya única función sería la de ayudarnos a poner un parche en aquel punto en el que estamos fallando. La mejor opción pasaría por abandonar nuestra recurrida zona de confort y empezar a disfrutar de la vida de otro modo.

Nuestra mente se acomoda tan rápido como nuestro cuerpo a la idea de hacer el mínimo esfuerzo. Si puede tumbarse en un cómodo sofá no apostará por las buenas por calzarse unas deportivas y salir a correr veinte kilómetros. Pero si somos capaces de domesticarla, forzándola a intentarlo, llegará un momento en que será ella sola la que nos arrastrará a nosotros y cada vez se irá fijando metas más ambiciosas. Lo mismo ocurrirá con todas esas cosas que siempre hemos dejado de hacer porque primero nos excusábamos en la falta de tiempo y, cuando lo tuvimos, consideramos que ya no teníamos edad para empezar a hacerlas.

Cuando nuestras neuronas se sienten en forma son capaces de abrir ventanas allí donde siempre creímos que no las había y de extender sus axones al encuentro de otras neuronas distantes para establecer conexiones que nos abran a realidades nuevas, sorprendentes, casi mágicas.

A veces creer es poder y sentir que podemos con aquello que creíamos imposible nos oxigena y nos acaba liberando de esas cargas eternas que hemos soportado en la espalda durante años sin necesidad alguna y nuestro abanico de posibilidades se expande hasta límites insospechados.

Al cambiar de hábitos, formarnos otra opinión y optar por tomar otra vía en las encrucijadas de cada uno de nuestros mapas mentales, no dejamos necesariamente de ser nosotros mismos, sino al revés: nos atrevemos a ser quienes somos de verdad.

 

 

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749

  

Comentarios

  1. Excelente artículo. Cuidar nuestro cerebro, nuestra vida misma

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por leerlo y comentarlo. Me alegra que te haya gustado.

      Un abrazo.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas Populares