Desenfocando el Objetivo

 

Cuando nos disponemos a capturar una imagen con la cámara fotográfica o con el móvil podemos hacerlo de manera impulsiva, realizando varios intentos seguidos y tentando a la suerte; o bien podemos hacerlo tomándonos nuestro tiempo, vigilando que el encuadre sea el correcto, que la luz sea óptima y que la imagen sea capaz por sí misma de contar la historia que nos gustaría contar.

Lo hagamos con precipitación o de forma premeditada, estaremos reduciendo la realidad del momento a una instantánea concreta y desechando una infinidad de instantáneas que no caen dentro del área de nuestro objetivo.

De la misma manera, cuando nos disponemos a planificar nuestras metas acabamos enfocando nuestra área de interés en detrimento de muchas otras áreas y aspectos que se pierden en la sombra.

Enfocarnos con determinación hacia el objetivo que pretendemos conseguir es una empresa de lo más lícita en la que no dudamos en invertir nuestro tiempo, nuestra perseverancia y todo nuestro esfuerzo. Pero, cuando a esos ingredientes le añadimos también la obsesión, acabamos perdiendo de vista demasiada vida por el camino.

Imagen encontrada en Pixabay-óptihttps://pixabay.com/es/illustrations/lenteca-cámara-fotógrafo-490806/ 

Lo interesante de estar vivos y de permitirnos evolucionar continuamente es nuestra capacidad para cambiar de opinión en función de lo que vamos experimentando y aprendiendo. Darnos cuenta de nuestros errores, ser capaces de cuestionar nuestras propias ideas y de matizarlas o mejorarlas. Autoconcedernos permiso para dudar de aquellas verdades que creíamos inmutables. Perderle el miedo a la idea de explorar lo que se nos antoja diferente, lo que en nuestras fotos siempre queda velado por las sombras.

En todos los ámbitos de nuestra vida acabamos enfocándonos hacia determinados objetivos que muchas veces acaban defraudándonos, bien porque hemos de abandonar nuestro empeño a mitad del camino, o bien porque, de llegar a alcanzarlo, no resulta todo lo placentero que habíamos imaginado. Comprendemos, en ambos casos, que nada puede ser tan importante ni tan valioso como para justificar la mucha vida que nos hemos dejado por el camino, empeñados en la consecución de esa meta.

Una vida sin retos no es una verdadera vida, pero ningún reto justifica que nos hipotequemos el resto de la vida por él, porque entonces nunca nos complacerá su consecución. Lo ideal es aprender a ir tras nuestros sueños, pero sin dejar de captar el resto de la realidad que nos circunda. Ir tras un objetivo que nos motiva, pero sin dejar de lado el resto de posibilidades que se van abriendo a nuestro paso. Lo importante de toda meta es el camino que recorremos para llegar hasta ella. Lo que somos capaces de descubrir de nosotros mismos y de los demás en cada tramo de ese camino. La forma cómo cada experiencia nos va moldeando, enriqueciéndonos en matices, abriéndonos la mente.

A veces las grandes palabras nos acaban persuadiendo de tal manera que acabamos perdiendo el norte por ellas. La historia está llena de episodios negros que se han debido a esa pérdida de perspectiva en el modo equivocado de defender conceptos como la LIBERTAD, la PATRIA o la INDEPENDENCIA.

Palabras muy nobles, pero que han acabado resultando de lo más inútiles y pagándose demasiado caras, puesto que en su nombre ha muerto demasiada gente durante demasiados siglos.

Poniendo el foco en grandes ideas, que lo acaban cegando todo, los políticos de todos los tiempos han acabado arrastrando a sus pueblos al caos. Tal vez porque, anteponiendo la potencia de esas grandes palabras con las que nos iluminan, todo lo que de verdad es importante, deja de aparecer en nuestra fotografía mental. Y lo que no sale en la foto no deja constancia de su existencia.

Si hablando de Libertad, de Patria o de Independencia conseguimos que un pueblo nos otorgue su confianza ciega, ¿para qué vamos a complicarnos la vida enfocando aquellas áreas de la realidad que de verdad preocupan a la gente: la tasa de paro, la precariedad laboral, el escandaloso incremento de precios de los servicios más básicos, el fracaso escolar, la emergencia del cambio climático, las deficiencias de la sanidad pública o el abandono literal por parte de las administraciones públicas de los ciudadanos que no saben manejarse en entornos virtuales para realizar trámites para los que ya no se les atiende de manera presencial?

Tal vez debiéramos reconsiderar nuestros propios intereses y ser capaces de replantearnos nuestra escala de prioridades, anteponiendo lo importante y desenfocando el que nos han hecho creer que era nuestro objetivo para ver qué se esconde en las zonas más sombrías de nuestra realidad.

De ninguna manera podemos consentir que nuestra Libertad se reduzca a una palabra hueca que les sirva a los políticos de turno para esconder en ella sus verdaderas intenciones, que no son otras que vivir como reyes a costa de nuestras utopías. Nuestra verdadera libertad es nuestro derecho a ser quienes somos, le pese a quien le pese, y a cambiar de opinión cuando sentimos que las ideas que nos movían ya han dejado de hacerlo. Una libertad que termina donde empieza la libertad de los demás, que nunca impone ni juzga, tolerando y respetando la diferencia, pero esperando que esa tolerancia y ese respeto sean mutuos.

Tampoco podemos consentir que nuestra Patria se limite a un territorio geográfico delimitado por fronteras en las que se decida quién entra y quién sale, quién vive y quién muere. Nuestra verdadera Patria es todo aquello que nos hace sentir a salvo y en casa. Toda la gente que queremos y nos quiere, la que conocemos y vemos todos los días y la que no hemos visto nunca, pero con la que compartimos nuestra vida por las redes. Una Patria sin banderas y sin credos, abierta a todos los que sientan libres de verdad.

Una vez reconsiderados nuestros particulares conceptos de Libertad y de Patria, nuestro concepto de Independencia no puede seguir ligado al uso partidista de partidos políticos que son incapaces de ponerse de acuerdo entre ellos aún persiguiendo el mismo objetivo. Esa Independencia que separa familias y amistades, que se paga en años de cárcel y de exilio, que nos enfrenta y nos bloquea, que nos pone en el ojo del huracán y nos marca como apestados, de ninguna manera puede coincidir con nuestra verdadera Independencia. Esa Independencia con la que soñamos no tiene nada que ver con un territorio marcado por una nueva frontera en el que sigamos gobernados por el más de lo mismo y en el que la corrupción siga campando a sus anchas, pero con mayor libertad de movimiento.

Nuestra verdadera Independencia es, en realidad, una dependencia con dos vertientes diferenciadas. Por un lado, hablaríamos de Interdependencia, porque todos dependemos de demasiada gente y de demasiados organismos, como para poder considerarnos plenamente independientes, mientras que por el otro hablaríamos de Autodependencia porque dependemos, sobre todo, de nosotros mismos, de nuestra responsabilidad para tomar las riendas de nuestra vida y decidir qué queremos y qué no queremos en ella.

Nuestro verdadero sueño de Independencia se corresponde, en realidad, con el deseo de dejar de vivir en un sistema corrupto y negligente en el que tantas manos sucias malgasten los recursos de todos en satisfacer la ambición desmedida de sus particulares egos mientras se recortan partidas presupuestarias en los servicios públicos que cada vez nos atienden con mayor precariedad. Es de esa lacra que lleva manteniéndose impasible desde hace tantísimo tiempo, independientemente de quién nos gobierne, de la que soñamos con independizarnos no ya sólo los catalanes o los vascos, sino también todo el resto de ciudadanos que cada día se sienten más ninguneados por un sistema caótico y del todo insostenible.

La realidad nunca puede reducirse a lo que captamos con el objetivo de una cámara. Ese enfoque es sólo una porción minúscula de esa realidad, que puede transmitirnos mucha verdad, pero nos tiende la trampa de que podamos llegar a creer que es la única.

Si lo que perseguimos es ser realmente objetivos, no podemos olvidar que la verdad, por muy clara que se nos presente ante los ojos, siempre es relativa.

 

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749

 

 

 

Comentarios

  1. En mi opinión sería no quedarse con lo primero que vemos, indagar, expandir la mente y bueno sobre patriotismo quizás para mi es más sentirse o no de algún lugar. Independencia, se lo dejo a los políticos porque, hoy en día para mí, creo que para que por ejemplo, Barcelona pudiera ser independiente, tendría que dejar de exportar y de importar. La mayoría de los productos vienen de afuera pero si no doy tampoco puedo recibir. Se supone que puedo subsistir sin la ayuda de nadie. Y eso, es probable que no ocurra, al menos, no por el momento. Tal y cómo está la inflación, el mercado económico, podríamos decir que a través del turismo sería una manera de hacer dinero, pero ya se gasta solo en compra online, y lo que nos queda porque ello nos hace la vida más cara. Bueno, para hacer un gran párrafo, resumiendo, es un conjunto de muchas cosas pero dese lo que podemos hacer nosotros, puede que para tener a los mandos a alguien que se ajuste a NUESTRAS REALIDADES Y VIDA COTIDIANA, debemos no conformarnos con lo primero que nos muestran. ser un poco más meticulosos. Yo no entiendo mucho de política pero voy escuchando y leyendo un poco. Lo siento si estoy errada, me ayuda tu post a reflexionar un poco.

    Como siempre excelente. Sobresaliente. Sigue así.

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    1. Hola Keren,

      Disculpa el retraso en contestar a tu espléndido comentario.
      Dices que no entiendes mucho de política. Yo tengo la sensación de que cuanto más creo descubrir de ella, menos sé, porque llego a un punto en el que todos los caminos llevan a lo mismo: el ombligo de cada político, que dista mucho del objetivo que nos convendría al conjunto de los ciudadanos. Cuando tenía 18 años, después de sentirme atraída por la izquierda, más por influencia de mi abuela que por conocimientos propios, llegué a la conclusión de que la política era un juego sucio en el que no quería participar ni como jugadora ni como espectadora. Fue después del referendum de la OTAN. A partir de ese punto de inflexión me mantuve en una posición apolítica hasta el día en que se produjeron los atentados del 11M en Madrid. En aquel momento me convencí de que no podía permanecer al margen y volví a votar en las elecciones que se celebraron pocos días después. Y he seguido haciéndolo en todas las convocatorias, aunque muchas veces con la nariz tapada por el asco que me provocan los distintos partidos. Hace demasiado tiempo que ya no votamos a quienes creemos que nos representan, sino a aquellos que consideramos que se alejan menos de nuestras aspiraciones. No votamos al bueno, sino al que decidimos que es el menos malo. Y eso, en democracia, es un verdadero drama. Porque la verdadera política no es lo que vemos todos los días en los distintos parlamentos de nuestro país. La verdadera política no perdería el tiempo en discusiones de patio de colegio, ni en bajezas como la ofensa, el orgullo o la hipocresía, sino que invertiría hasta el último segundo de su tiempo en procurarnos a todos una sociedad mucho mejor gestionada.
      Que una pandemia nos tenga que enseñar hasta qué punto hemos destruido nuestro tejido industrial en pro de deslocalizar nuestras plantas de producción en terceros países para abaratar la mano de obra, generando más explotación en ellos y más tasa de paro en el nuestro, tendría que llevar a esos políticos a replantearse sus estrategias en lugar de a abandonarse en enfrentamientos estériles para culparse unos a otros del caos. Que aquella sanidad pública de la que tanto nos vanagloriábamos ante otros países haya dejado a la vista sus deficiencias y su precariedad tampoco debería abonarle el terreno a esos políticos para que signan desacreditándose entre sus siglas, sino marcarles un punto y a parte y exigirles entendimiento, puesta en marcha de nuevas estrategias, estudios de nuevas formas de financiación de ese sistema sanitario que ya no da más de sí si no se toman medidas urgentes. Tampoco es demasiado normal lo que pasa en otros ámbitos como el de la educación o el del derecho. Hay demasiada corrupción en el sistema para que las cosas funcionen como debieran funcionar. Es igual quien gobierne. Lo que queda patente es que la solución a los grandes problemas que arrastra este país no pasan por dividir a la sociedad en derechas ni izquierdas, en independentistas ni en no independentistas. La solución pasa por pasar página de una vez y que quienes cobran por gobernar hagan su trabajo lo mejor que sepan y puedan, olvidándose de guerrear en espacios mediáticos y de manipular al pueblo en función de sus intereses.

      Un fuerte abrazo.

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  2. Holaaa Estrellaaa,
    Después de tanto tiempo "desconectada" me he ido al abanico de entradas tuyas que tenía sin leer y he escogido este post por intuición. Como siempre, me parece que estás brillante en tu análisis y coincido plenamente contigo. Tu reflexión sobre los objetivos me ha hecho preguntarme si yo he estado "obsesionada" estos últimos meses con mi proyecto. Siempre consigues que me haga preguntas. Y eso me encanta.
    "Nuestra verdadera libertad es nuestro derecho a ser quienes somos" y esto que para algunos de nosotros es tan obvio, resulta un lastre para mucha gente, especialmente nuestros representantes que en su nombre, en el de la libertad, justifican verdaderos despropósitos. Y lo de que nuestra patria es todo aquel lugar en el que nos sentimos a salvo....sencillamente soberbio.
    ¡Feliz de leerte de nuevo, Estrella!
    Un abrazo

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    1. Qué alegría leerte de nuevo, Matilde. Para mí es un lujo que alguien como tú lea lo que escribo y un verdadero regalo recibir tus comentarios, siempre tan generosos. Me encanta eso que dices de que te hago pensar, porque pensar nos lleva a hacernos preguntas y buscar sus respuestas nos motiva a alejarnos de lo conocido y a abrir nuevas puertas que nos descubran nuevos mundos que, aunque lo ignoramos, también existen dentro de nosotros mismos.

      Mil gracias por estar ahí siempre. Echo de menos tus relatos, pero confío que el proyecto en el que estás trabajando ahora compensará la espera y nos dejarás a todos sin palabras. Eres muy grande, Matilde.

      Un abrazo enorme.

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