Sacando las Cosas de Contexto
Detrás de muchos de los
conflictos que nos separan a unos de otros, muchas veces lo que hay es un
simple mal entendido. Bastan un comentario desafortunado o una frase sacada de
contexto para que interpretemos realidades que al emisor del mensaje ni
siquiera se le han llegado a pasar por la cabeza.
Al haber sido dotados los
humanos con el don de la palabra, podemos considerarnos afortunados por las
muchas puertas que se nos han abierto a la hora de relacionarnos con nuestros
iguales; pero a veces ese don nos puede llegar a complicar mucho esas mismas
relaciones si no ejercitamos otras aptitudes como la empatía, la prudencia o la
mano izquierda.
En una conversación, en un
discurso o en una declaración a un medio de comunicación podemos expresar lo
que pensamos sin la menor intención de herir la sensibilidad de nadie, pero,
aún así, podemos acabar ofendiendo o dañando a otras personas. A veces porque
se quedan simplemente con el titular con el que se intenta resumir lo que hemos
dicho, sin entrar en matices, sin molestarse en leer la letra pequeña, la que
nos podría sacar de dudas.
En un mundo en el que la
inmediatez reclama cada vez con más descaro un mayor espacio, tendemos a
delegar en otros nuestra capacidad de juicio crítico, dando por buenos sus
análisis, sin cuestionarnos si, en realidad, coincidirían con los nuestros.
Escudándonos en la falta de tiempo, dejamos que nuestras opiniones se nutran de
las voces de otros a los que no nos dignamos ni a escuchar con atención. Y así
acabamos etiquetando y juzgando toda la información que nos pasa por delante
sin tener ni idea de su contenido real.
Dependiendo de la flexibilidad
mental de los diferentes receptores de un mismo mensaje, podrán llegar a
interpretar una realidad o la contraria. El mensaje no varía ni una coma, pero
difícilmente encontraremos a dos personas que lo hayan entendido del mismo
modo. Lo mismo ocurre con los libros. Cada lector les dará una interpretación
diferente hasta el punto de que incluso, ante el mismo libro, el mismo lector
tendrá impresiones diferentes cuando se enfrente a sus páginas por segunda o
por tercera vez tiempo después. Porque nuestra mente está en continua
transformación y se va esculpiendo a base de ir incorporando nuevos
conocimientos y desechando ideas ya inútiles. Así, es muy posible que nos
encontremos ante la paradoja de que lo que no nos entraba en la cabeza dos años
atrás, ahora lo vislumbremos con una claridad aplastante y lo que en su momento
se nos antojaba como una verdad absoluta se nos acabe cayendo del pedestal para
quedarse en el suelo para siempre.
Si somos conscientes de cómo
podemos cambiar de opinión sin dejar de ser nosotros, ¿por qué nos perpetuamos
en el empeño de juzgar a los demás como si sus argumentos fuesen inamovibles?
Todos tenemos derecho a equivocarnos,
metiendo la pata hasta el fondo. Pero ello no significa que no podamos
rectificar y que no merezcamos una segunda, una tercera o una enésima
oportunidad.
Muchas veces criticamos la
prensa o los programas sensacionalistas por presentar a sus protagonistas como
personajes y no como personas, por juzgarles por sus deslices puntuales y no
por su trayectoria profesional, por poner el foco en lo superficial y engañoso
de un titular y no profundizar en lo que pueda haber de verdad en todo el
asunto. No nos damos cuenta de que, en distinta medida, casi todos acabamos
haciendo lo mismo.
Dictaminamos
quién está con nosotros y quién en nuestra contra sólo basándonos en
impresiones que, muchas veces, ni siquiera hemos experimentado nosotros. Porque
son fruto de la credibilidad absoluta que le damos al juicio de otros, ya sean
líderes de opinión o nuestros vecinos del piso de al lado. Metemos a personas
que ni siquiera hemos llegado a conocer en sacos que luego no dudamos en
arrojar al contenedor de basura sin dignarnos a darles la más mínima oportunidad.
Pero nos seguimos considerando personas empáticas, tolerantes y de mente
abierta. Y, por supuesto, nada superficiales.
No queremos darnos cuenta de
que nos pasamos el día sacando las cosas de contexto y discriminando a
demasiada gente sólo por el hecho de haberse atrevido a ejercer su derecho a
pensar como piensa o a sentir como siente, o a equivocarse al formular una
frase desafortunada, como lo hacemos todos, todos los días.
Es lógico y hasta natural que
los medios de comunicación acostumbren a sacar con tanta frecuencia tantas
cosas de contexto porque su cometido es vender periódicos y revistas,
incrementar sus índices de audiencia y obtener más patrocinadores que les
permitan su continuidad y el incremento de sus beneficios. Para ello, sus
titulares tienen que llamar la atención, exagerando muchas veces la magnitud de
la noticia.
Pero, a nivel personal, ¿qué ganamos cada uno de nosotros sacando de contexto
tantas cosas de los demás? ¿Por qué renunciamos con tanta facilidad a indagar
en los matices de cada argumentación que nos cuesta asimilar?
Llegar a entendernos no es tan
difícil como parece, aunque nuestras ideas sean muy opuestas, aunque nuestros
mundos se sitúen en dimensiones muy diferentes. Si nos dignamos a enfocarnos en
la búsqueda de lo que nos une y, por un momento, nos olvidamos de todo lo que
supuestamente nos separa, seguro que encontramos argumentos para, como mínimo, poder
empezar a respetarnos y dejar de vernos como meros enemigos.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
¡Bueno, bueno! Intenso debate el que propones y con el que me ha sucedido una extraña paradoja porque ha coincidido con un artículo de opinión que he publicado analizando unas declaraciones de un escritor que me han parecido escandalosas. En fin, no me va la crítica gratuita, ni el juzgar por juzgar. Cuando escribo este tipo de artículos intento argumentar mi posición sin caer en la demagogia o el prejuicio pero, una vez más, mi querida amiga, me has hecho repensar. He vuelto al artículo, lo he releído para asegurarme de que no "descontextualizaba" nada y finalmente lo he republicado con un pequeño matiz de corrección. La paradoja estaba en eso, en que estando de acuerdo en tu exposición tal vez estaba cayendo en la trampa de cometer el desliz del juicio facilón...
ResponderEliminarLo que quiero decir, Estrella, es que has dado en el clavo con el tema del "gatillo fácil" y los juicios de valor gratuitos a los que nos hemos acostumbrado, especialmente con la irrupción de las RRSS. Es necesario que seamos más rigurosos, que usemos el criterio para analizar (aunque más tarde cambiemos de criterio), y que aprendamos, también, a encajar la crítica que nos hagan, siempre que ésta sea respetuosa y no vaya a degüello.
Un placer, como siempre.
Abrazos
Hola Matilde,
EliminarAntes que nada, quiero pediatre disculpa por tardar en respondre a este jugoso comentari o.
Entiendo perfectament la paradoja que me cuenta porquè yo soy la primera que, más a mel uso de lo que gustaría tener que reconocer, disparo primero y después pregunto si el muerto era el correcto. Por eso no es bueno tomar decisiones en caliente, sin haber dejado que las aguas vuelvan a su cauce.
Siempre hay momentos en que alguien consigue sacarnos de nuestras casillas, por más comprensivos que queramos ser, y saltamos a la yugular con todo el ánimo de ofender en posición de ataque. Luego nos arrepentirnos por las consecuencias que han podido acarrear nuestros actos, porque dañando a otro siempre nos acabamos dañando a los otros mismos. Más no podemos remediarlo porque, como humanos, está en nuestra naturaleza la costumbre de equivocarnos primero para aprender a ser mejores después.
Un abrazo enorme.