El Intrusismo Incompetente
Es un hecho que la evolución es una carrera de obstáculos
imparable que nos obliga constantemente a readaptarnos a escenarios en los
que no dejan de originarse situaciones nuevas en las que tendremos que aprender
a desenvolvernos.
También es verdad que, hasta
hace apenas unas décadas, el ritmo de esa misma evolución humana había sido
mucho más lento. Pocas veces una misma generación llegaba a experimentar
cambios tan bruscos, a menos que una gran guerra, un desastre natural o una epidemia
les obligasen a abandonar su modo de vida acostumbrado o a cambiar su lugar de
residencia.
La
revolución industrial comenzó a acelerar el metabolismo del mundo entero al
ritmo que marcaban sus ingeniosas máquinas y, bastaron unas pocas
décadas más, para que la revolución tecnológica nos precipitara a todos hacia
un mundo que nuestros antepasados del siglo XIX nunca habrían podido ni
imaginar.
Si adaptarse a esos cambios
vertiginosos implica un esfuerzo mantenido por estar al día y por aprender
continuamente nuevas formas de hacer las mismas cosas, no adaptarse a ellos
supone caer en la obsolescencia y quedarnos fuera del camino. Lamentablemente,
ya sabemos que hay un porcentaje nada desdeñable de población que parece haber
perdido su tren y se ha quedado estancada en alguna estación esperando que
alguien la vaya a recoger y la devuelva de regreso a un mundo que ya se le ha
escapado de las manos.
Todas
esas personas que no han sido capaces de adaptarse a los ritmos, los métodos y
la tecnología que ahora lo gobiernan todo, tendrán que resignarse a vivir de
las ayudas que el sistema disponga para ellas. A
menos que se esfuercen por invertir su tiempo en aprender cosas nuevas y en
reinventarse para encontrar su hueco en este nuevo mundo que tan distinto les
parece de aquél para el que fueron educadas.
Imagen encontrada en incompetencia.png (640×282) (talenttools.es) |
Que
a los cuarenta y tantos o a los cincuenta y tantos años te veas obligado a
volver a empezar, teniendo que reconocer que lo que has dado por bueno hasta
ahora de poco va a servirte ya, no ha ser fácil para nadie. Entre otras cosas
porque la ilusión, las ganas y la fuerza física ya nos han mermado bastante. Y
nuestra flexibilidad mental tampoco es la misma de cuando empezamos de cero la
primera vez. Pero, pese a la dificultad del reto, es admirable ver como tantas
personas lo aceptan y se involucran hasta lograrlo, porque saben que es la
única manera de seguir en activo y de mantener intacta la dignidad.
Muy distinta es la opción que
toman otros para tratar de sobrevivir. Particulares y empresas que, lejos de
invertir en sacar su mejor versión, lo que hacen es intoxicar el mercado con servicios de lo más precarios con los que pretenden
hacerle una competencia desleal a particulares y empresas que ofrecen los
mismos servicios, pero anteponiendo el rigor y la seriedad.
Por desgracia este intrusismo incompetente se ha extendido
con una rapidez asombrosa en este mundo globalizado en el que parece que todo
se puede comprar y vender a cualquier precio, sin importar de donde proceda ni
tener en cuenta su trazabilidad. Toda
esa burocracia de permisos, de normas y de leyes se queda para figurar en el
papeleo, un papeleo que en nada se corresponde con la calidad o no calidad de
lo que después se compra o se vende. Lo que cuenta es lo que está firmado en un
documento y debidamente registrado en un ERP, aunque todo sea falso.
Nuestras abuelas acostumbraban
a utilizar muchos refranes a la hora de explicarse el mundo que les costaba de
entender. Hay uno que dice “Zapatero a
tus zapatos”. Puede parecer muy simple, pero encierra en sus pocas palabras
una verdad como un templo, pues nadie
puede hablar de lo que no sabe ni pretender vender un servicio del que lo desconoce
todo.
A veces nos creemos que somos
capaces de trabajar de cualquier cosa y esto queda palpable en muchas
entrevistas de trabajo. Muchos candidatos, deseosos de que les den una
oportunidad, no dudan en asegurarle a la persona que les está entrevistando que
“aprenden rápido”. Sin duda, es un
gesto que denota su interés y no tendríamos que ponerlo en duda. Si estamos
defendiendo que el mundo cada vez es más cambiante y que hemos de readaptarnos
continuamente a los caprichos de las nuevas mareas, hemos de admitir también
que cualquier persona que nos asegure que aprende rápido nos interesa para
nuestro negocio o nuestra empresa. Pero no todos los puestos de trabajo
requieren el mismo grado de formación ni de experiencia previa. Una operaria de
producción puede aprender el manejo de la máquina con la que acabará trabajando
en unas pocas semanas, lo mismo ocurrirá con el personal de limpieza, con
alguien que empiece a trabajar en una conserjería o en un supermercado. Pero
los requisitos a cumplir serán mucho más exigentes para alguien que aspire a
ocupar una vacante de soldadura, de mecanizado o de delineación; cuando tenga
que trabajar en una carnicería o pescadería, o que se postule para trabajar en
una farmacia, en un despacho de abogados, como profesor/a en un colegio o como
especialista en urgencias en un hospital. Estaremos
de acuerdo en que, por muy buena actitud que mostremos en la entrevista y por
mucho interés que tengamos en aprender lo que haga falta, habrá muchas cosas
que nunca podremos llegar a hacer. Más que nada porque requieren muchos años de
preparación.
Si, a nivel personal, tenemos
claro que no podemos llegar a desempeñar cualquier ocupación con las mínimas
garantías que nos exige cada puesto, ¿por qué, a nivel de negocio, permitimos
que se creen empresas que ofrezcan servicios y productos de los que no tienen
ni idea? Y, lo más sorprendente de todo, es que muchas de esas empresas no son
nuevas, sino que se han hecho grandes comercializando otros tipos de servicios
y productos y, en un momento dado, deciden ampliar sus nichos de mercado
compitiendo contra otros sectores distintos al que era el suyo originariamente.
Así, hoy en día tenemos bancos
que venden móviles, televisores, ordenadores y lo que se precie. Tenemos supermercados
que venden carburantes y electricidad y gasolineras que venden pan y prensa.
Tenemos librerías que venden paquetes de experiencias y empresas de telecomunicaciones
que se convierten en bancos. La cuestión es competir en cuantos más frentes
mejor. Reventar precios para robarle clientes
a la competencia y acabar prestándoles un servicio bastante peor del que tenían
antes y que les acabará saliendo bastante más caro.
Pero, si hay un sector en el
que este intrusismo desleal está
haciendo estragos es el de la formación.
La formación está de moda y, aprovechándonos de que el Fondo Social Europeo
destina importantes partidas de su presupuesto a la formación permanente de los
trabajadores y desempleados, muchas empresas ven en ello a una especie de
gallina de los huevos de oro y se lanzan a la aventura de impartir formación a
diestro y siniestro, sin importarles demasiado la calidad de los contenidos que
pretenden impartir, ni la correcta organización de estas acciones formativas ni
la precarización laboral de los formadores que las acabarán conduciendo. Y es
triste que, cuando muchas de estas empresas se presentan a concursos públicos
donde se licitan formaciones para sectores de la población más vulnerables,
como los más jóvenes o los desempleados de larga duración, acaben consiguiendo
hacerse con el objetivo, simplemente porque resulten la opción más económica.
Nuestras abuelas no dudarían en repetirnos aquello de “lo barato, sale caro”.
Porque
nadie da duros a cuatro pesetas, cuando una empresa abarata sus servicios para
hacerle la competencia desleal a otra del mismo sector, puede deberse a dos
cosas: O no tiene ni idea de dónde se está metiendo ni de lo que cuesta
realmente el servicio que pretende ofrecer a sus potenciales clientes, o que, aún
habiendo hecho bien todos los números, sigue adelante con su propuesta a la
baja, teniendo muy claro que la calidad de su producto será muy inferior y el
salario que percibirán los trabajadores que contrate para realizar el servicio será
también más bajo.
Intentar abrirse un hueco en
este mundo tan descaradamente apresurado es perfectamente legítimo y, en
ocasiones, hasta admirable. Pues hay que tener mucho coraje y mucha voluntad
para emprender cualquier negocio hoy en día. Pero no todo tendría que valer.
Bastante precarias son ya las condiciones en las que vive demasiada gente como
para permitir que se siga agravando su situación. Continuar formándonos toda la vida es ya casi una obligación, pero por
encima de todo, debería ser un derecho. Derecho a que las formaciones que
decidamos realizar nos sean impartidas por formadores que sepan realmente de lo
que nos hablan y que se preocupen por gestionar un tiempo de prácticas con
empresas que nos permitan familiarizarnos con entornos a los que podamos acceder
en poco tiempo como trabajadores.
El
verdadero sentido de la formación es poder acceder a puestos de trabajo más
cualificados que nos permitan seguir creciendo como personas y como
profesionales. Toda acción formativa que no parta de este
principio resultará banal. Se estará defraudando al alumno que haya invertido
su preciado tiempo en ella y al Fondo Social Europeo que, en definitiva, nos
representa a todos los trabajadores de cuyas nóminas se nos descuenta cada mes
un porcentaje que se destina a esa supuesta formación.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Comentarios
Publicar un comentario