Saliéndonos de Mapas Mentales Obsoletos
En
función de la educación recibida y de las experiencias que hemos vivido hasta
el momento todos tenemos trazados nuestros propios mapas mentales y tratamos de
guiarnos por ellos a la hora de movernos por los territorios conocidos.
Estos
mapas parten de atajos que anteriormente nos han servido para simplificar el
camino hacia algún objetivo concreto, ahorrándonos las fases más sacrificadas
por las que ya pasaron otros antes de nosotros o ya pasamos nosotros mismos en
nuestras primeras experiencias como aventureros de la vida. También parten de
prejuicios que, con el paso del tiempo, van perdiendo los cimientos en los que
se sostenían, y de distorsiones cognitivas que se van haciendo cada vez más
evidentes. Porque, igual que hemos de actualizar periódicamente los navegadores
y los sistemas operativos de nuestros dispositivos electrónicos para que nos
sigan guiando correctamente mientras nos movemos física o virtualmente por los
caminos que decidimos recorrer, también deberíamos actualizar con cierta
regularidad nuestros mapas mentales si no queremos acabar dando vueltas en
círculo a las mismas viejas convicciones, ésas que tal vez nos sirvieron de
mucho hace veinte, treinta o cuarenta años, pero ahora nos pesan como una losa
que no nos permite respirar ni avanzar.
A
veces es bueno salirse de los contornos predeterminados de los dibujos que nos proponen
pintar. Saltarse aquellas normas que no nos acaban de convencer, atreverse a
usar colores distintos a los que aparecen en la muestra e incluso a pasar la
página y partir de cero para crear otras formas y otros contenidos.
La
vida es un viaje de no retorno, pues sólo contamos con un billete de ida hacia
no sabemos dónde ni con quiénes. Lo único que tenemos claro es la meta, una
meta idéntica para todos, salvo en la forma y la edad en que la alcanzaremos.
Partimos de nuestro nacimiento y acabaremos con nuestra muerte. Pero, mientras
ese momento no llegue, tenemos la obligación de llenar el trayecto que une
ambos puntos temporales de la manera menos traumática posible y procurando
decidir nosotros sobre lo que queremos y no queremos en nuestra breve o extensa
existencia.
Aprender
a vivir cada día como si fuese el último es una idea que cada vez empieza a
cobrarse más adeptos. Porque cada vez más gente empieza a ser consciente de que
estamos aquí de paso y de que la diferencia entre vivir a gusto y hacerlo a
disgusto sólo depende de la actitud de cada uno.
Tendemos
a creer que una vida satisfactoria sólo puede alcanzarse con dinero, pero no es
verdad. Contar con más ingresos puede facilitarnos la mejora de nuestras
condiciones de vida, pero no necesariamente nos permitirá mejorar nuestra
actitud ante la vida. Básicamente porque podemos acabar entrando en una dinámica
que nos lleve a desear cada vez más de lo que ya tenemos y a sentirnos
continuamente insatisfechos.
Aprender
a cultivar una actitud más positiva pasa por osar introducir cambios en
nuestros mapas mentales; por trazar nuevas rutas en el terreno de los afectos y
de las prioridades; por replantearnos ciertas necesidades que hasta ahora
habíamos creído de imprescindible cubrimiento y tal vez no lo son tanto; por
decidir el pesado bagaje del que podemos desprendernos sin perder un ápice de
dignidad o por atrevernos a desconectarnos de aquellas personas que ya no
resultan esenciales en nuestro día a día, bien porque nuestros caminos han
tomado direcciones diametralmente opuestas o porque nuestros respectivos nuevos
mapas mentales se han demostrado totalmente incompatibles.
Cada
vez que nos enfrentamos a un cambio en nuestra manera de pensar el mundo y de
pensarnos nosotros, hemos de aceptar que no todas las personas de nuestro
entorno van a ser capaces de entender ese cambio ni de respetarlo. Es una
reacción perfectamente normal y hemos de contar con ella de antemano para no
llevarnos después la sorpresa de los comentarios negativos o de las muestras de
indiferencia o incluso de hostilidad.
Algunas
de las personas que nos quieren o llevan años simulando querernos creen conocer
nuestros mapas mentales y se han resignado a aceptarnos como hemos sido hasta
ahora, pero les cuesta un mundo tener que asumir que algo ha cambiado en
nosotros y optan por no aceptarlo. Así, la primera consecuencia que conlleva
resetearnos es perder algunos amigos o incluso familiares. Es indiferente que
nos hayamos pasado la vida tratando de tender puentes entre miembros de esas
mismas familias o de esas pandillas de amigos para que hiciéramos piña, para
que hubiese una armonía en nuestras relaciones interpersonales. La realidad es
que cualquier pequeño cambio en uno de sus miembros puede acabar haciendo volar
por los aires una relación de años o décadas.
Con
razón dice un proverbio chino que “el simple aleteo de una mariposa puede
cambiar el mundo”.
Toda
acción, por pequeña e insignificante que sea, implica una reacción. Pero esta
realidad, lejos de acobardarnos en nuestro empeño por seguir siempre hacia
adelante, debería alentarnos a seguir con nuestro propósito y a no lamentar
nunca lo que dejamos atrás. Llegamos solos y nos vamos solos. Por el camino
encontramos a diferentes personas que nos acompañan durante algunos tramos y
nos enseñan grandes o pequeñas lecciones que nos influirán en los siguientes
pasos a dar. Algunas de esas personas nos marcarán para bien y otras para mal,
pero en cualquier caso, sólo dependerá de nosotros lo que acabemos construyendo
a partir de esas marcas.
Todos
tenemos derecho a ser como somos o como creemos que somos. Nadie puede
imponernos que entendamos actitudes que no compartimos, pero de la misma
manera, tampoco nadie puede obligarnos a esconder lo que sentimos y pensamos de
verdad.
Ante
personas con mapas mentales tan dispares sólo cabe aprender a respetarse
mutuamente y no olvidar los buenos momentos compartidos, aunque los caminos
respectivos nos acaben separando para siempre.
La
soledad, muchas veces, no es más que el fracaso de ese ejercicio de respeto que
todos merecemos. Preferimos la ausencia de aquellos a los que queremos sólo por
no reconocer ante ellos que, tal vez, nos estamos equivocando. Es tanto el
apego que les tenemos a esos viejos mapas mentales a los que les hemos delegado
el gobierno de nuestras vidas, que les acabamos otorgando más derechos y más
fidelidad que a nuestros propios hijos.
Estrella
Pisa
Psicóloga
col. 13749
Tu gran entrada, Estrella, me ha recordado lo que muchas veces se suele decir: que somos lo que los demás proyectan de nosotros mismos, lo que otros dicen que somos. Y a mi juicio este "dejarnos llevar" solo se debe al miedo que nos da, precisamente, resetearnos, para escrutar esos mapas mentales y saber si en realidad responden a lo que una ha decidido para sí misma. Me encanta esa naturalidad con la que explicas el cambio en las personas, le evolución, el derecho a confrontar con uno mismo sin sentirnos culpables... para poder ser uno mismo en cada momento.
ResponderEliminar¡Grande, Estrella! Adoro leerte
Hola Matilde,
EliminarMe emociona leer estas palabras tan bonitas que me dedicas. Muchas gracias.
Tú sí que eres grande y muy generosa.
Creo que ambas somos afortunadas por habernos atrevido a salirnos de nuestros respectivos mapas mentales y a descubrir la magia de la improvisación. La vida es mucho más interesante cuando le permitimos que nos despeine.
Un abrazo enorme.