Orientándonos hacia la Luz
Las metáforas son un recurso
idóneo para entender mecanismos de nuestro propio funcionamiento como seres
humanos que, de no poder contar con ellas, nos resultarían mucho más
inaccesibles.
Algunos de esos mecanismos
cuya naturaleza funcional nos cuesta comprender son los que rigen el gobierno
de nuestro cerebro. Un órgano de lo más complejo al que se ha comparado con
estructuras mucho más simples, como por ejemplo una nuez, un ovillo de lana o
una librería repleta de estantes con muchos tipos de libros distintos.
Para lo poco que pesa, en
proporción al resto de órganos y sistemas que mantienen en óptimo
funcionamiento el organismo humano, el cerebro alberga ingentes cantidades de
información de la más variada naturaleza. Recuerdos en forma de imágenes, de
sonidos, de música, de aromas o de sensaciones muy placenteras, que se
entremezclan inevitablemente con la evocación de momentos de acusado dolor, de
pérdidas, de derrotas y de desánimo.
¿Tendría
sentido nuestra vida si sólo experimentásemos momentos buenos? Si no
conociéramos el dolor, la pérdida, la derrota y la sensación de desánimo,
¿seríamos capaces de disfrutar de los momentos buenos cuando nos caen en suerte
o son el fruto de un arduo trabajo de planificación y preparación para acabar
logrando los objetivos deseados?
En
la vida, si nos fijamos, todo es dual. Ningún día se sucede sin su correspondiente
noche; ningún verano deja de ser seguido por un invierno; la bondad no nos
sorprendería si no conociéramos la maldad; todo el que llega a anciano es porque
antes ha sido joven y nadie que haya nacido podrá evitar la muerte. Dicho
así podría parecer una deducción muy extrema, pero es que la vida misma es una
experiencia extrema en la que nos puede pasar de todo o no pasarnos casi nada,
pero lo que más tratamos de evitar, tarde o temprano, nos pasará.
La
mente humana puede ser entendida como un globo terráqueo que gira
constantemente alrededor del sol. Nuestra mente gira alrededor
de nuestras emociones, sintiéndonos a veces en la cúspide y rozando el cielo,
mientras otras nos precipitamos sin remedio hacia el infierno que amenaza con
devorarnos en lo más recóndito de nuestros pensamientos, cuando nadie nos ve.
Imagen encontrada en Pixabay |
La
vida necesita de la luz para mantenerse y perpetuarse. En un
planeta siempre a oscuras nunca podría haberse desarrollado la clorofila, tan
imprescindible para el mundo vegetal como para nosotros las mitocondrias. Sin
estos orgánulos nada sería como ha sido desde las edades primigenias de la
tierra ni tampoco como es ahora.
Como
el planeta, nuestro cerebro también necesita encontrar un sol alrededor del que
girar para mantenerse sano y en buena forma. Entendiendo aquí por
sol las experiencias que le activan sus centros del placer y de la creatividad.
Cuando somos creativos sentimos como si se nos encendiese una luz dentro de la
mente y nos alumbrase ciertas partes de ella que hasta ese momento siempre
habían estado a oscuras, escondiéndonos verdaderos tesoros que no éramos
conscientes de estar albergando en nuestros dominios.
El
cerebro también se nos puede antojar a veces como un viejo trastero en el que
vamos guardando cosas que, con el tiempo, olvidamos que alguna vez las tuvimos
o nos convencemos de que las hemos perdido. Sólo si nos
entretenemos en ventilar sus estancias de vez en cuando y en desempolvar las
cajas y compartimentos en las que un día las metimos, llegamos a ser
conscientes de lo que aún sentimos o ya hemos dejado de sentir ante la
presencia de esas cosas o esos recuerdos.
Siempre hay personas que
prefieren no indagar en los trasteros ni en los desvanes. Que son partidarios
de dejar las cosas como están y tratar de seguir adelante sin mirar nunca
atrás. Como si los hechos del pasado que nos lastimaron nunca hubiesen ocurrido
y como si las personas que se quedaron por el camino nunca hubieran existido.
Guardar silencio puede parecerles la mejor opción, pero se olvidan de que ese
tratero o ese desván lleno de momentos que no quieren recordar les acompaña de
por vida sobre los hombros, presionando sus paredes, impidiendo que circule el
aire y que se abra paso la luz.
Una
mente atiborrada de trastos que ya no le sirven no puede ser en absoluto una
mente sana. Los problemas que nos empeñamos en no superar
no se desvanecen solos por tratar de apartarlos de nuestra vista. Sólo se
amontonan unos sobre otros haciéndose más grandes y pesándonos mucho más.
Podemos
habitar el piso más luminoso de la ciudad, pero si no nos molestamos
diariamente en levantar las persianas, nos sentiremos en el lugar más oscuro y
tenebroso que podamos imaginar. A veces, vivir a oscuras no es una realidad,
sino el fruto de una decisión que tomamos nosotros mismos.
A lo largo del año, en nuestra
aventura girando alrededor del sol, pueden despertarse días grises envueltos en
niebla, en frío, en viento o bañados por la lluvia o la nieve, pero por poco
que duren, siempre habrá unas horas de luz. Podrá ser más intensa o más tenue,
pero nos permitirá vernos las caras mostrándonos la cara iluminada del resto
del mundo. Sólo de nosotros depende que aprovechemos o no esa luz.
A nuestro cerebro le ocurre lo
mismo: por muy complicada que le esté resultando la situación por la que
atraviese, a la hora de buscar respuestas a través de nuevas sinapsis entre las
neuronas que pueblan sus distintas estancias, siempre habrá alguna de esas conexiones
que brillará con más potencia que otras. La cuestión es si optará por
reforzarla o determinará apagarla de un plumazo.
Orientémonos
hacia la luz cuales plantas que aspiran a crecer vigorosas y a ofrecer lo mejor
de sí mismas en forma de flores y frutos que acaben deleitando los sentidos de
quienes las observan maravillados o los degustan en buena compañía.
Reservémonos la oscuridad para cuando estemos dormidos y vivamos a plena luz,
con las puertas y las ventanas abiertas para que ningún rincón de nuestro ser
se quede en la sombra.
Las
oportunidades hay que crearlas y para ello tenemos que estar
expectantes, siempre buscando el sol, como los girasoles. Una mente que se
queda entre penumbras, quejándose de su supuesta mala suerte y esperando que las
cosas cambien solas, es una mente destinada a vivir un eterno invierno que
nunca desembocará en ninguna primavera.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Es impresionante, Estrella. ¿Cómo es posible que siempre me emocione con tus reflexiones? El cerebro necesita un sol sobre el que girar, y con esa frase introduces el tema de la creatividad dando, en mi humilde opinión, en el puro centro del clavo. Disculpa mi euforia, pero es que siempre consigues que me identifique con lo que leo. Hay que mirar hacia la luz, y alimentar esas neuronas del cerebro predispuestas a la creatividad y a la entrega más sublime y absoluta a esta vida que tenemos.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, Estrella
Muchas gracias por todo lo que dices, Matilde.
EliminarTú emanas mucha luz hacia la que orientarse. Un abrazo enorme.
Realmente interesante. Ya tienes un seguidor mas. Si lo deseas te invito a mi blog. Que pases un buen fin de semana
ResponderEliminarMuchísimas gracias. Me alegra que te haya gustado.
EliminarUn abrazo y buen fin de semana.