Improvisando al Compás de los Días

 

Hay quien opina que la vida es un proyecto muy serio para el que hemos de prepararnos a conciencia desde la cuna, mientras que otros no parecen dudar a la hora de hacer de su existencia un continuo chiste que lo mismo provoca risas que enciende tempestades emocionales.

Como en tantas otras cosas que nos atañen a los humanos, los extremos suelen alejarnos de la realidad que se cuece en los estándares de vida más corrientes, en los que se intenta conjugar la prudencia con el derecho a ilusionarnos.

Con independencia de lo que hayamos vivido antes y de lo que esperemos vivir después, el presente siempre resulta una especie de caja de sorpresas de la que nunca sabes lo que puede llegar a salir ni cuándo.

Vivir es un ejercicio continuo de improvisación que requiere de mucha destreza y de mucha agilidad mental para no acabar haciéndonos perder el equilibrio.

Por más preparados que creamos estar y por más tablas que tengamos en determinadas lides, cada vez que nos enfrentamos a un nuevo reto, por mucho que se parezca al anterior, tenemos la sensación de que volvemos a empezar de cero y el miedo escénico se puede llegar a apoderar de nuestros músculos y anegarnos la voz y la voluntad. Pero, si logramos aguantar el tipo esos primeros segundos, nos maravilla descubrir cómo las ideas fluyen a toda velocidad por nuestra mente y compiten entre sí por abrirse paso entre las barreras de nuestro paladar. En el último momento, justo antes de darlo todo por perdido y de tirar la toalla, nuestro instinto de supervivencia hace alarde de una creatividad que desconocíamos y logra que salgamos airosos de la situación.

Lo mismo ocurre con cualquier forma de expresar el arte. A la hora de componer una pieza musical, o de escribir una novela, o de modelar una escultura, o de convertir un lienzo sin vida en una ventana a la inmortalidad. La creatividad nace siempre de la improvisación. Ésta le da alas y, valiéndonos de las dos, nos permitimos volar y rozar nuestros sueños más preciados con los dedos.

 

Imagen encontrada en Pixabay

Nos engañamos a nosotros mismos cuando pensamos que no vamos a ser capaces de lograr nuestros objetivos, pese a contar con la preparación necesaria y con un bagaje nada despreciable a nuestra espalda. Pensamos que los demás siempre tienen más suerte y no es verdad. Porque no es la suerte la que acaba poniendo a cada uno en el lugar que cree merecer, sino la perseverancia. La capacidad de reinventarse, de no dar nunca nada por perdido, de mirar siempre hacia adelante, de aprender de las caídas a ser más precavidos y de los aciertos a ser un poco más humildes.

Uno no es lo que tiene, sino lo que ha conseguido ser por dentro. Lo que no se ve a simple vista, pero le hace sentir digno de sí mismo.

Puede haber quienes detesten la improvisación por considerarla un recurso muy poco serio. Pero el caso es que, para ejercitarla, se requieren elevadas dosis de ingenio, de conocimiento del género humano y de sentido crítico.

No todo el mundo es capaz de improvisar una salida digna cuando se siente acorralado. Lo más fácil es tratar de huir o desplomarse sobre uno mismo. Aquellos que logran reconducir la situación, llevando a quienes les están poniendo contra las cuerdas hacia un nuevo escenario donde las reglas acaban de cambiar y en el que su ingenio les permite diseñar otra oportunidad para seguir jugando y aspirar a ganar, se acaban erigiendo en ejemplos a seguir para muchas otras personas. Personas que no se creen capaces de imitarles, pero les admiran.

Hablar de improvisación nos lleva a pensar en los actores cuando se olvidan de algún párrafo del guion y rellenan sus lagunas con fragmentos que se inventan sobre la marcha y que el público acaba aplaudiendo mucho más, porque les acaban pareciendo aún más creíbles y genuinos. También nos puede recordar situaciones en las que nos habíamos tenido que enfrentar a preguntas en un examen para las que no teníamos ni la más remota idea de cuál podría ser la respuesta, pero nos resistíamos a dejarlas en blanco y acabábamos contestándolas. Para nuestra sorpresa, a veces resultaba que aquella respuesta improvisada se ajustaba bastante a lo que el profesor esperaba de nosotros y nos la validaba.

Las personas que saben improvisar se adaptan con mucha más facilidad a los cambios y acostumbran a estar mucho mejor preparadas para lidiar con la vida. Saben hacer de su capa un sayo, adaptándose como un guante a las mareas, sabiendo ser y sabiendo estar en cada momento, para lo bueno y para lo malo. Su día a día, al margen de las condiciones en las que naveguen, puede ser de todo menos aburrido, siendo capaces de aprovechar todos sus recursos para lograr sacar a flote su mejor versión y que cuantos les acompañen en su travesía les tomen por sus espejos, contagiándose de su entusiasmo y de su sentido común.

 

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749

Comentarios

  1. ¡Ayyy, Estrella! Si supieras cómo das en el clavo con los tantos miedos que siempre me sirvieron de excusa para eludir mis sueños, para mirar a la cara a objetivos vitales. Esa improvisación de la que hablas... Yo siempre quería tenerlo todo bajo control. Era la más controladora de los controladores, precisamente por el miedo escénico, por el pavor a no saber reaccionar, a ser juzgada...Me gustaba tenerlo todo previsto. Y me ha tenido que pasar lo que me ha pasado para descubrir que todo aquello eran cadenas, que tenía que desaprender, y para que surgiera efervescente toda mi creatividad.
    Disculpa, por favor, que me lo haya llevado todo al terreno personal, pero es que siempre tocas temas con los que me siento plenamente identificada.
    Un agradecimiento infinito y un abrazo enorme.

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    Respuestas
    1. Hola Matilde,
      Si supieras tú lo mucho que me suenan todas esas excusas y todos esos miedos de los que hablas... Yo también he sido una super controladora y he sentido pavor ante la idea de exponerme ante los demás. Pero cumplir años tenía que tener alguna ventaja y a mí me ha permitido aprender a soltar lastre y a dejarme de tantas manías. Ya no me da miedo equivocarme, ni hacer el ridículo, ni meter los dedos en las llagas propias ni en las ajenas.
      La vida es demasiado corta para andarnos con pamplinas.

      Muchas gracias por hacer que lo que escribo tenga sentido para alguien.

      Un abrazo gigante.

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