Improvisando al Compás de los Días
Hay quien opina que la vida es
un proyecto muy serio para el que hemos de prepararnos a conciencia desde la
cuna, mientras que otros no parecen dudar a la hora de hacer de su existencia
un continuo chiste que lo mismo provoca risas que enciende tempestades
emocionales.
Como en tantas otras cosas que
nos atañen a los humanos, los extremos suelen alejarnos de la realidad que se
cuece en los estándares de vida más corrientes, en los que se intenta conjugar
la prudencia con el derecho a ilusionarnos.
Con independencia de lo que
hayamos vivido antes y de lo que esperemos vivir después, el presente siempre
resulta una especie de caja de sorpresas de la que nunca sabes lo que puede
llegar a salir ni cuándo.
Vivir es un ejercicio continuo de improvisación que requiere de mucha destreza y de mucha agilidad mental para no acabar haciéndonos perder el equilibrio.
Por
más preparados que creamos estar y por más tablas que tengamos en determinadas
lides, cada vez que nos enfrentamos a un nuevo reto, por mucho que se parezca
al anterior, tenemos la sensación de que volvemos a empezar de cero y el miedo
escénico se puede llegar a apoderar de nuestros músculos y anegarnos la voz y
la voluntad. Pero, si logramos aguantar el tipo esos primeros segundos, nos
maravilla descubrir cómo las ideas fluyen a toda velocidad por nuestra mente y
compiten entre sí por abrirse paso entre las barreras de nuestro paladar. En el
último momento, justo antes de darlo todo por perdido y de tirar la toalla,
nuestro instinto de supervivencia hace alarde de una creatividad que
desconocíamos y logra que salgamos airosos de la situación.
Lo mismo ocurre con cualquier
forma de expresar el arte. A la hora de componer una pieza musical, o de
escribir una novela, o de modelar una escultura, o de convertir un lienzo sin
vida en una ventana a la inmortalidad. La creatividad nace siempre de la
improvisación. Ésta le da alas y, valiéndonos de las dos, nos permitimos volar
y rozar nuestros sueños más preciados con los dedos.
Nos
engañamos a nosotros mismos cuando pensamos que no vamos a ser capaces de
lograr nuestros objetivos, pese a contar con la preparación necesaria y con un
bagaje nada despreciable a nuestra espalda. Pensamos que los demás siempre
tienen más suerte y no es verdad. Porque no es la suerte la que acaba poniendo
a cada uno en el lugar que cree merecer, sino la perseverancia. La capacidad de
reinventarse, de no dar nunca nada por perdido, de mirar siempre hacia
adelante, de aprender de las caídas a ser más precavidos y de los aciertos a
ser un poco más humildes.
Uno no es lo que tiene, sino
lo que ha conseguido ser por dentro. Lo que no se ve a simple vista, pero le
hace sentir digno de sí mismo.
Puede haber quienes detesten
la improvisación por considerarla un recurso muy poco serio. Pero el caso es
que, para ejercitarla, se requieren elevadas dosis de ingenio, de conocimiento del
género humano y de sentido crítico.
No todo el mundo es capaz de
improvisar una salida digna cuando se siente acorralado. Lo más fácil es tratar
de huir o desplomarse sobre uno mismo. Aquellos que logran reconducir la
situación, llevando a quienes les están poniendo contra las cuerdas hacia un
nuevo escenario donde las reglas acaban de cambiar y en el que su ingenio les
permite diseñar otra oportunidad para seguir jugando y aspirar a ganar, se
acaban erigiendo en ejemplos a seguir para muchas otras personas. Personas que
no se creen capaces de imitarles, pero les admiran.
Hablar de improvisación nos
lleva a pensar en los actores cuando se olvidan de algún párrafo del guion y
rellenan sus lagunas con fragmentos que se inventan sobre la marcha y que el
público acaba aplaudiendo mucho más, porque les acaban pareciendo aún más
creíbles y genuinos. También nos puede recordar situaciones en las que nos habíamos tenido que enfrentar a
preguntas en un examen para las que no teníamos ni la más remota idea de cuál
podría ser la respuesta, pero nos resistíamos a dejarlas en blanco y
acabábamos contestándolas. Para nuestra sorpresa, a veces resultaba que aquella
respuesta improvisada se ajustaba bastante a lo que el profesor esperaba de
nosotros y nos la validaba.
Las personas que saben
improvisar se adaptan con mucha más facilidad a los cambios y acostumbran a
estar mucho mejor preparadas para lidiar con la vida. Saben hacer de su capa un
sayo, adaptándose como un guante a las mareas, sabiendo ser y sabiendo estar en
cada momento, para lo bueno y para lo malo. Su día a día, al margen de las
condiciones en las que naveguen, puede ser de todo menos aburrido, siendo
capaces de aprovechar todos sus recursos para lograr sacar a flote su mejor
versión y que cuantos les acompañen en su travesía les tomen por sus espejos,
contagiándose de su entusiasmo y de su sentido común.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
¡Ayyy, Estrella! Si supieras cómo das en el clavo con los tantos miedos que siempre me sirvieron de excusa para eludir mis sueños, para mirar a la cara a objetivos vitales. Esa improvisación de la que hablas... Yo siempre quería tenerlo todo bajo control. Era la más controladora de los controladores, precisamente por el miedo escénico, por el pavor a no saber reaccionar, a ser juzgada...Me gustaba tenerlo todo previsto. Y me ha tenido que pasar lo que me ha pasado para descubrir que todo aquello eran cadenas, que tenía que desaprender, y para que surgiera efervescente toda mi creatividad.
ResponderEliminarDisculpa, por favor, que me lo haya llevado todo al terreno personal, pero es que siempre tocas temas con los que me siento plenamente identificada.
Un agradecimiento infinito y un abrazo enorme.
Hola Matilde,
EliminarSi supieras tú lo mucho que me suenan todas esas excusas y todos esos miedos de los que hablas... Yo también he sido una super controladora y he sentido pavor ante la idea de exponerme ante los demás. Pero cumplir años tenía que tener alguna ventaja y a mí me ha permitido aprender a soltar lastre y a dejarme de tantas manías. Ya no me da miedo equivocarme, ni hacer el ridículo, ni meter los dedos en las llagas propias ni en las ajenas.
La vida es demasiado corta para andarnos con pamplinas.
Muchas gracias por hacer que lo que escribo tenga sentido para alguien.
Un abrazo gigante.