Cegándonos por el Ego
La historia de la humanidad es
una continua repetición de errores que acaban causando demasiado dolor y
demasiada destrucción. De entre todas las especies animales, quizá somos la
única que se ataca a sí misma, tendiéndose trampas, apuñalándose por la
espalda, olvidando la palabra dada, capaz de morir matando con tal de salirse
siempre con la suya.
Nos
puede el orgullo y nos encanta eso de lamernos las heridas para acrecentar los
problemas en lugar de tratar de mitigarlos, haciendo que la culpa
recaiga como una pesada losa de mármol sobre los demás, aunque sepamos que no
les corresponde. No dudamos en exagerar la magnitud de la supuesta ofensa para
quedar siempre como las inocentes víctimas. Porque los malos siempre son los
demás.
En
ocasiones, nuestro ego puede llegar a ser tan asquerosamente descomunal que no
nos permite ver más allá de nuestra propia nariz, cegándonos con una rabia
impostada que, de tanto manosearla y agrandarla con mentiras, nos la acabamos
creyendo. Esa rabia que deviene en odio y termina por legitimarnos
para atacar al otro donde más sabemos que le va a doler, está detrás de todas
las guerras, de todos los atentados y de todas las muertes violentas de las que
tenemos noticia cada día.
A veces confundimos la autoestima con el egocentrismo. La primera es
esencial para poder llevar una vida saludable y parte de la premisa de que, si
no nos queremos ni respetamos a nosotros mismos, difícilmente vamos a poder
querer y respetar a los demás. La segunda equivale a creernos el centro de
todo. Primero nosotros, después nosotros y por último nosotros, sin
preocuparnos en absoluto por los demás.
Esa incapacidad para ponerse
en el lugar del otro, para tratar de entender su concepción del mundo, aunque
la nuestra sea muy distinta, es la que hace que algunas personas puedan llegar
a causar tanto daño a otras y que, paradójicamente, se sientan ellas las únicas
víctimas legítimas. Viven tan inmersas en sus convicciones erróneas que llegan
a creerse que son los demás quienes les desprecian, les persiguen y les odian.
Así ha sido siempre desde el
nacimiento de Caín, el primero de
los hijos de Adán y Eva y a quien podemos considerar también el primer ser
humano nacido de unos seres supuestamente creados por Dios. Si el primer ser
humano ya fue capaz de matar a su propio hermano, ¿qué podemos esperar de sus
descendientes?
La literatura está plagada de
historias de guerra, de asesinos en serie, de espías que matan a sangre fría y
de conspiraciones que nos llevarían a cuestionarlo absolutamente todo. Pero nos
equivocaríamos si pensásemos que todo es ficción en esas historias que luego
dieron el salto al cine y hoy en día a las aplicaciones de realidad virtual. Todo lo que alguien puede imaginar,
sencillamente, es porque ya ha pasado. La realidad siempre supera la ficción.
Las dos guerras mundiales
dieron y siguen dando para infinitas páginas que, partiendo del horror que se
vivió en la realidad, recrearon y siguen recreando historias de personajes
inventados que nos han ayudado a ponernos en la piel de aquellos pobres
soldados de la Batalla del Marne o en la de los pobres judíos que fueron
exterminados en los campos nazis. También nos han permitido conocer la figura
de muchos espías que arriesgaron sus vidas por ayudar a sus respectivos países
a ganar las guerras que les enfrentaban.
Cuando hablamos de espías,
tendemos a pensar que son figuras del pasado, de cuando el mundo se dividía en
dos bloques en tiempos de la guerra fría y el muro de Berlín, pero el caso es
que han existido siempre y a día de hoy siguen existiendo y estando en nómina
de todos los gobiernos. Así, la CIA norteamericana, el Mossad de los israelitas
o el CNI de los españoles son denominados centros de inteligencia, cuando en
realidad son nidos de espías en cuyas manos estamos todos, a merced de que nos
manipulen con la información que construyen a partir de las versiones reales de
los hechos que nunca nos explicarán tal y como sucedieron.
Cuando en 2020 se declaró la pandemia del coronavirus, se escucharon
muchas teorías sobre su origen y, entre ellas, cobraron fuerza las que
apuntaban a una conspiración. Según ellas, el virus se había desarrollado en un
laboratorio chino con el fin de acabar con los sectores de población más
vulnerables (ancianos y enfermos crónicos). El desarrollo de las vacunas
también dio pie a mucha controvèrsia, hasta el punto de surgir movimientos
negacionistas que parecían convencidos de que la vacuna contenía unos diminutos
chips que nos insertarían en el cuerpo con la excusa del pinchazo para poder
tenernos aún más controlados de lo que ya nos tienen.
Con el tiempo, se ha ido
viendo que no podemos subestimar la
capacidad de supervivencia de ninguna forma de vida, por minúscula que sea,
y que al margen de las malas intenciones que puedan tener algunos cuando se
creen con algo de poder, siempre habrá muchas más personas dispuestas a dejarse
la piel y hasta la vida por neutralizar sus amenazas y hacer que prevalezcan la
razón y el sentido común en beneficio de todos.
Jon
Vendon es un autor que se ha dado a conocer en los últimos años
tras haber optado por la vía de la autopublicación. Es una lástima que las
editoriales no apuesten por escritores de su talento y en cambio publiquen a
cualquier personaje que no ha escrito en su vida sólo porque salga por
televisión o tenga miles de seguidores en sus redes sociales. En el caso de
Vendon, su esfuerzo le ha merecido la pena, pues su primera novela, El visitante, fue un éxito que recogió
muy buenas críticas. Aunque la novela que le ha merecido más reconocimiento es El hijo de Caín.
Una historia que comienza en
una base militar española en El Líbano, a la que llega un hombre enfermo de
viruela hemorrágica, una enfermedad que creían erradicada desde hacía décadas,
pero que alguien se ha propuesto expandir por el mundo.
Sus protagonistas, dos agentes
del CNI español, viajarán primero hasta el Líbano y después hasta Rusia
siguiendo la pista de unos viales del virus que han sido robados y descubrirán
que les están persiguiendo con intención de eliminarles. De allí volverán a
Madrid, donde confirmaran sus peores presagios, para arriesgarse a seguir
indagando por su cuenta en EE.UU.
El
hijo de Caín encierra mucha acción y mucha intriga. Tiene
todos los ingredientes de un excelente thriller que no deja indiferente a nadie
y que, sobre todo, da mucho qué pensar. Tal vez porque tenemos la pandemia del
coronavirus aún demasiado reciente y porque se da la circunstancia de que se
han registrado casos de la denominada viruela del mono en nuestro país,
habiéndose cobrado ya algunos muertos.
¿Qué hay detrás de la
información que nos cuentan todos los días los espacios de noticias de las
televisiones, las radios u otras plataformas?
¿Nos trasladan la verdad real
o la versión que creen que nos conviene oír?
¿Podemos sentirnos seguros
cuando nos comunicamos a través del móvil?
¿Podemos fiarnos de los que
creemos nuestros jefes, nuestros compañeros de trabajo o las personas con las
que interactuamos cada día?
¿Cuánta información pueden estar
manejando terceras personas sobre nosotros mismos que ignoramos completamente
que la puedan tener?
Son preguntas que todos nos
hemos podido hacer alguna vez. Cualquier aparato electrónico de los que
utilizamos puede tener conexión a internet y a través de ellos podemos ser
espiados. Escuchan nuestras conversaciones para detectar nuestras preferencias
y poder ofrecernos productos de forma personalizada. De la misma manera,
nuestras búsquedas en internet dejan un rastro a través de las cookies que les
sirve a terceros para conocernos un poco mejor a través de nuestros intereses.
Pagar con tarjeta puede parecernos muy cómodo y rápido, pero a otros les sirve
para saber en qué gastamos nuestro dinero, por dónde nos movemos, qué hacemos
en todo momento, si somos infieles a nuestras parejas o si cometemos alguna
ilegalidad.
La tecnología tiene muchas
ventajas, pero también comporta estos inconvenientes. De la misma manera, la
globalización nos ha acercado más los unos a los otros, al tiempo que ha
modificado drásticamente nuestra forma de relacionarnos. Estamos más conectados, pero también nos
sentimos mucho más solos, dándose la paradoja de creernos más cerca de personas
a las que nunca hemos visto y, probablemente, nunca llegaremos a ver, que de
las personas que siempre han sido nuestra familia y nuestros amigos de verdad.
Si algo nos están enseñando
las redes sociales todos los días es que toda nuestra pesadilla empieza por el
culto al ego. Nos gusta demasiado la sensación de gustar a los demás y
demasiadas personas caen cada día en la trampa de colgar su vida en un perpetuo
escaparate sin darse cuenta que, entre los transeúntes que pasan ante él, no
siempre hay buena gente y sus miradas no siempre van a estar cargadas de buenas
intenciones.
El hijo de Caín es una novela
que merece mucho la pena ser leída y su autor, Jon Vendon, un escritor que va a
dar muchísimo y muy bueno de qué hablar.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Como siempre, es interesante seguir tus reflexiones, Estrella.
ResponderEliminarPor un lado, sobre la condición humana y cómo nos tratamos a nosotros mismos, ya como escaparates en que mostrarnos a todos, ya utilizando nuestros lamentos para conseguir exculparnos frente a los demás, ya no oyendo a quienes de alguna forma nos acompañan y tienen qué decirnos. También sobre el complejo acceso a las publicaciones de quienes comienzan frente a quienes no tienen mucho que decir y lo hacen simplemente porque son conocidos. Por último, la línea que separa la ficción y las conspiraciones, lo que se mueve en muchos estados que no vemos, te surgen y confluyen en la lectura de una novela como el Hijo de Caín.
Un fuerte abrazo .-)
Hola Miguel,
EliminarJohn Vendon es uno de mis últimos descubrimientos de este verano. Un autor que sorprende por sus tramas y sus personajes. Sin duda, da que pensar.
Y pensar es lo que nos mueve siempre a querer saber más.
Un fuerte abrazo.
Reseña estupenda acompañada de reflexión tras reflexión, no ha podido estar más interesante. Gracias Estrella por pormenorizar de esta manera lo que al cabo es pura realidad. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarMucjas gracias Maty. Un fuerte abrazo.
Eliminar