Equilibrando la Balanza Emocional

 

A menudo cometemos el error de dar por hechas demasiadas cosas, olvidando que lo que las evidencias que se nos presentan claras y cristalinas para unos, para otros pueden pasarles totalmente inadvertidas.

Este creer que todos captamos la misma realidad es una de las principales causas de los conflictos que se originan en las relaciones humanas.

Cada vez que aprendemos algo nuevo tendemos a hablarles de ello a los demás buscando su complicidad, dando por hecho que saben perfectamente de qué les hablamos. Cuando comprendemos que no es así, experimentamos sentimientos ambivalentes. Por un lado nos crecemos al constatar que sabemos algo que el otro o los otros no saben, pero por otro nos desconcierta que no nos entiendan y no podamos intercambiar impresiones sobre lo que acabamos de aprender.

Las personas encerramos nuestros propios microuniversos y cada una nos movemos al ritmo de nuestros propios tiempos. Cuando hablamos de madurez emocional, la edad biológica no resulta un factor determinante. Cada uno madura en función de lo que ha ido experimentando, pero sobre todo, de lo que ha sido capaz de interpretar de todo eso que ha vivido.

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No son pocas las veces que escuchamos argumentos del tipo: "Tú no tienes ni idea de lo que me pasa, porque no has tenido que vivir nada parecido".

Pero, ¿de verdad para poder ponernos en la piel de alguien, hemos de haber pasado por lo mismo?

A veces podemos sorprendernos al ver cómo dos personas que han vivido la misma situación, cuando la han superado, nos hablan de ella de forma completamente diferente, porque han hecho una interpretación diametralmente opuesta de aquello que les ha pasado.

En cambio, otras veces, podemos encontrarnos a personas que, habiendo vivido experiencias totalmente distintas, parecen entenderse a la perfección y sentirse totalmente arropadas las unas por las otras.

La capacidad de empatizar con las emociones de la persona que tenemos enfrente no implica haber tenido que pasar por lo mismo que ha pasado ella, sino escucharla activamente, permitirle que deje fluir lo que siente y que, en todo momento, tenga la seguridad de que, exprese lo que exprese, no la vamos a juzgar.

Hay heridas que nunca llegan a cicatrizar porque la persona que las sufre no encuentra a otras personas que tengan la paciencia y la generosidad de escucharla sin interrupciones, permitiéndole su tiempo para ir liberándose de su pesada carga. Si las emociones que nos arañan internamente no encuentran un cauce adecuado para fluir hacia el exterior se nos quedan enquistadas y no hacen otra cosa que incrementar nuestro resentimiento.

En general, las personas solemos huir de esas otras personas que se nos acercan pretendiendo que seamos un pañuelo para sus lágrimas. Las despachamos con excusas de lo más socorridas, como el clásico "me están esperando y llego tarde" o "lo siento, pero ahora no tengo tiempo. Otro día hablamos". O les damos una palmadita en la espalda y un consejo de lo más cutre: "Tú lo que tienes que hacer es pasar página y vivir tu vida". ¡Como si fuese tan fácil!

Cuando las cosas se dan la vuelta y somos nosotros los que estamos mal, nos sorprendemos al darnos cuenta de que estamos actuando igual que lo hacían esas otras personas a las que no nos dignábamos a escuchar nunca. Sólo entonces comprendemos lo mucho que necesitamos que las personas de nuestro entorno nos escuchen y hagan un esfuerzo por entendernos.

Los conflictos entre personas suelen surgir cuando una de las partes se siente sobrepasada al sospechar que está aportando mucho más que la otra a la relación que mantienen. Puede tratarse de una relación de pareja, de una relación laboral, de relaciones entre hermanos que comparten la responsabilidad de ocuparse de sus padres mayores o de socios de una misma compañía o de alguna asociación del tipo que sea.

Siempre hay alguien que se compromete mucho más y alguien que adopta el papel de dejarse llevar por la otra persona o personas.

Cuando esta evidencia se pone sobre la mesa en el momento en que el que aporta más toma conciencia de ella, la situación se puede reconducir y el conflicto se puede llegar a evitar. Pero si dejamos pasar el tiempo, la persona más comprometida se irá sobrecargando y asumiendo cada vez más responsabilidades, mientras que la otra se irá haciendo cada vez más pequeña y dependiente. La primera puede pensar que la otra se está aprovechando de su buena fe, mientras que la segunda se puede estar sintiendo cada vez más inútil y menospreciada.

Una misma situación se puede interpretar de formas muy diferentes, dependiendo del punto en el que se halla cada una de las personas que la protagonizan.

De ahí que sean tan importantes los diálogos. Ser capaces de poner sobre la mesa lo que nos pasa a cada uno y de analizar por qué nos pasa, pero sobre todo, por qué nos hace sentir como nos sentimos cada uno. Sin recurrir a la crítica destructiva ni a los halagos que rozan la adulación más edulcorada. No se trata de identificar quién es el malo o la mala ni quién es el bueno o la buena. Se trata de dejar que afloren nuestras verdaderas emociones y que la otra parte las reconozca y las entienda, al tiempo que nosotros hagamos lo propio con las suyas.

No podemos convivir a gusto con alguien si sentimos diariamente que todo el peso de la relación recae sobre nosotros. Tampoco podemos trabajar a gusto si sentimos que aportamos mucho más que el resto de nuestro equipo y, a cambio, sólo recibimos más carga de trabajo y algunas quejas de lo más inoportunas.

Se da la circunstancia de que, en nuestra vida personal, cada vez hablamos menos con las personas con las que convivimos y nos dedicamos a estar más pendientes de realidades paralelas que se suceden en las pantallas de nuestros móviles, mientras que en nuestra vida profesional, cada vez invertimos más tiempo en asistir a reuniones por videoconferencia con nuestros equipos para hablar de todo, menos de lo que más importa.

Nos pasamos buena parte de nuestra vida teorizando sobre lo ideal, pero pasamos de largo sobre lo real. Ante los problemas que se van sucediendo cada día, procuramos pasarle el muerto a otros para que los resuelvan, sobrecargándoles con responsabilidades que no les corresponden o asumiendo nosotros las que les corresponderían a otros.

Nadie reúne a sus equipos o a los miembros de su unidad familiar para hablar abiertamente de cómo se siente cada uno, para mostrar pinceladas de la versión particular que tiene de la realidad que comparten y tratar de tender puentes entre unas y otras versiones para acabar componiendo un mapa de la realidad completa que los envuelve a todos.



Para que nuestras relaciones interpersonales sean saludables, las balanzas emocionales deberían estar bien equilibradas. No deberían pesar más en ellas ni las críticas ni las alabanzas. Las críticas son necesarias, porque de lo que más se aprende es de los errores. Si los cometemos no lo hacemos a conciencia, sino porque desconocemos cómo hemos de proceder de forma correcta o porque nos precipitamos y pasamos por alto alguno de los pasos previos. Si nadie nos advierte de que hemos cometido tales errores, nunca tendremos la oportunidad de aprender de ellos. Las alabanzas, por buena impresión que puedan darnos, tampoco son inocuas. A veces pueden actuar de trampolín para que a la persona hacia la que se dirigen les suban los humos y se crea muy por encima de las demás, por no hablar de las que se utilizan para conseguir algo a cambio.

Cuando se trata de personas, nunca hay que dar nada por hecho. Lo que yo veo es imposible que lo pueda ver del mismo modo otra persona. Porque no vemos con los ojos, sino con la mente. Y la mente lo procesa todo antes de hacernos conscientes de esa nueva realidad. Ese procesamiento es el producto de la información que capta por vía sensorial y la experiencia previa que almacena nuestro cerebro.

Igual que una melodía conocida nos transporta a alguno de los momentos en que la disfrutamos con anterioridad, transformando la experiencia presente en algo mucho más intenso para nosotros que lo que creemos que pueda estar captando la persona que tenemos al lado y que no tiene nuestros mismos recuerdos, cualquier situación que estemos viviendo se procesará en nuestra mente de forma única.

Pasa a menudo que, recordando el buen sabor de boca que nos dejó una película hace unos años, la volvemos a ver y nos sentimos defraudados, al tener la sensación de que recordábamos más cosas de las que acabamos de ver y, en cambio, habíamos olvidado completamente otras escenas que nos han desencantado. Este fenómeno ocurre porque no recordamos lo que vemos, ni lo que oímos, sino lo que interpretamos nosotros de lo que vemos y oímos en función de lo que estemos viviendo en ese momento, de con quién lo estemos compartiendo y de cómo nos estemos sintiendo. La película no contiene todas esas sensaciones que nos despertó en su momento. Sigue siendo la misma cinta tal como se rodó y estrenó hace años, pero nosotros ya somos otros. Nos defrauda porque lo que sentimos entonces se correspondía con lo que éramos entonces y no con lo que somos ahora.

Lo mismo nos ocurre con los libros que leemos por segunda o tercera vez. Nos parecen otros libros, cuando en realidad ellos no han cambiado. Los que hemos evolucionado, para mejor o para peor, somos nosotros.

De ahí que haya autores como Sabina que defiendan aquello de "al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver". Porque la misma decepción podemos llegar a sufrir cuando volvemos a los escenarios del pasado pretendiendo encontrarlos tal como los recordamos, sin tener en cuenta las reinterpretaciones que, a lo largo de los años, habremos ido haciéndonos de ellos.


Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749

Comentarios

  1. Hola, Estrella. Me ha encantado el post. La realidad va cambiando conforme crecemos o cambian nuestras situaciones. Y si, cada uno percibe la realidad de forma diferente, de ahi, la importancia de dialogar, escuchar y comprender al otro, cosa que por desgracia va decayendo dia a dia. Una pena!
    Esperemos que todos aprendamos de ese gran error que todos en mayor o menor medida podemos cometer alguna vez.

    Un abrazo gigante!

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    1. Muchas gracias. Me alegra que te haya gustado.
      Un abrazo enorme.

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  2. Excelente post gracias por compartirlo

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    1. Muchas gracias a ti por leerlo y comentarlo. Un abrazo.

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    2. Muy bueno y de gran ayuda tu post, Estrella. Cosas que no viene nada mal repasar todas las veces que sean necesarias durante la vida, porque las solemos olvidar.
      Abrazo!

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    3. Muchas gracias Maty. Me alegra que te haya resultado útil. Un muy fuerte abrazo.

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