Procesando la Información

 

Apenas han transcurrido tres décadas desde que empezamos a oír hablar de algo que denominaban Pentium y que estaba relacionado con los ordenadores que muchos empezábamos a manejar en casa o en nuestros puestos de trabajo.

No era lo mismo un Pentium I que un Pentium II o un Pentium III y esas diferencias empezaron a ser importantes a la hora de adquirir un nuevo ordenador.

El primer Pentium se había lanzado en 1993 y era el sucesor del procesador Intel 80486. Este cambio permitía a los usuarios un manejo más óptimo de las aplicaciones multimedia, como la lectura de películas de DVD.

El Pentium II llegó al mercado en 1997, introduciendo mejoras en el rendimiento en la ejecución de código de 16 bits, añadiendo el conjunto de instrucciones MMX y sacando la memoria caché del núcleo del procesador para colocarla en una tarjeta de circuito impreso.

El Pentium III se lanzó dos años después, en 1999, resultando sus primeras versiones muy similares a las de su antecesor, siendo la diferencia más importante la introducción de las instrucciones SSE. Existía una versión Celeron, de bajo presupuesto, y una versión Xeon para quienes requerían más capacidad de procesamiento.

En la actualidad, ya no oímos hablar de Pentium, sino de otro tipo de procesadores de undécima generación y la mayoría de los ordenadores han dejado atrás las pesadas torres del principio para convertirse en portátiles y en tablets. Dispositivos cada vez más ligeros, pero a su vez, más potentes.

Pero, ¿qué misterio encierran estos microprocesadores? Básicamente, permiten poder trabajar con la información que hemos registrado en estos dispositivos, bien introduciendo los datos por nosotros mismos mediante archivos de documentos en diferentes formatos, o bien guardando información que hemos descargado de internet o hemos recibido por correo electrónico o por whatsApp. Cuanto más potente sea un procesador, con mayor celeridad podremos abrir y trabajar con esos archivos, ya se trate de escritos, de fotografías, de vídeos o de audios.


Imagen que representa un procesador encontrada en Pixabay


Desde que los ordenadores irrumpieron en nuestras vidas, no hemos dejado de compararlos con el cerebro humano. Mientras un microprocesador puede tener varios núcleos, el cerebro humano cuenta con dos hemisferios interconectados por mil millones de neuronas y una capacidad de almacenaje equivalente a 2500 TB. Pero, en comparación con los ordenadores, nuestro cerebro es más lento. Aunque la inteligencia humana va mucho más allá de la velocidad a la que procesa la información y analiza los datos que maneja. Las máquinas pueden automatizar muchas de sus funciones y solucionar problemas con mucha rapidez, pero nuestro cerebro nos permite sentir, pensar, adaptarnos de forma flexible a situaciones nuevas o cambiantes y, lo más importante, nos despierta la creatividad porque no trabaja de forma serial como las computadoras, sino en paralelo.

Recientemente se ha empezado a utilizar el término de "enhancement" (mejoramiento", que en palabras de Juengst, se refiere a las interveciones diseñadas para mejorar la forma o el funcionamiento humano más allá de lo que es necesario para mantener o restablecer una salud".

Más que perdernos en la dinámica sin salida de decidir quién es mejor, si el ordenador o el cerebro humano, deberíamos aprender a ir de la mano con la tecnología y valernos de ella para intentar ser mejores, para explorar nuestras posibilidades más allá de lo que solemos hacerlo.

Si algo tiene nuestro cerebro en común con los dispositivos que manejamos diariamente es la evidencia de que, para recuperar una información, primero hemos tenido que registrarla debidamente. Si los datos no se graban bien, es imposible poder recuperarlos. Esta realidad la asumimos fácilmente cuando afecta a nuestros ordenadores o nuestros móviles, pero nos cuesta un mundo entenderla cuando afecta a nuestro cerebro. A veces no entendemos cómo hemos podido olvidar datos que deberíamos haber memorizado. Cuando no estamos afectados por alguna patología que afecte a nuestra memoria, la respuesta es muy sencilla: No podemos recordar lo que no hemos grabado a conciencia. Y aquí cobra una importancia muy relevante nuestra capacidad de prestar atención, para estar aquí y ahora. Si no escuchamos activamente lo que nos dicen, si acostumbramos a hacer cuatro cosas a la vez, pero sin prestar completa atención a ninguna de ellas, es muy fácil que luego no recordemos quién nos dijo qué, o cuándo hicimos algo o por qué ocurrió tal cosa.

A veces creemos que estamos prestando la debida atención, pero no tenemos en cuenta las horas que llevamos de pie, ni lo estresante que ha resultado ser el día, ni las cabezadas que estamos dando delante de los apuntes que pretendemos estudiar o ante la pantalla en la que se proyecta la película que tanto queríamos ver.

Cuando el cerebro se satura, se cierra en banda y nos manda a paseo. Él no sigue grabando información por más que intentemos mantenerlo encendido y, si nos parece que lo hace, lo que sucede en realidad es que nos confunde, parándonos trampas en las que acabamos cayendo como niños.

Nuestros dispositivos ultramodernos se pueden bloquear, internet se puede caer por unas horas y nuestras redes sociales pueden sufrir apagones repentinos. Pero nos resistimos a que sea nuestro cerebro el que nos lleve a cometer fallos. Tan convencidos estamos de que lo que mantenemos es la verdad y nada más que la verdad que no soportamos que la verdad de los demás sobre los mismos hechos ponga en cuestión nuestra particular versión de ellos.

Quizá nuestro principal error sea el de empeñarnos en separar nuestra naturaleza en cuerpo y mente. El cuerpo se nos puede romper, pero a nuestra mente no le permitimos flaquear. Ha de estar disponible las veinticuatro horas, los siete días de la semana, las cincuenta y dos semana que tiene cada año. Olvidamos que el cerebro también es físico. Funciona a base de impulsos eléctricos, pero también químicos, por los que las neuronas sinaptan entre ellas, proyectándose algunas de una punta a la otra y permitiéndonos ser capaces de todo lo que hacemos cada día. Si nuestro cuerpo no descansa lo suficiente, nuestro cerebro sufre las consecuencias, pudiendo traducirse éstas es un estrés agudo, en un incremento de determinadas hormonas y neurotransmisores, en accidentes cerebrovasculares, en fallos de atención, de memoria o de percepción. Las denominadas distorsiones cognitivas nos pueden llevar a interpretar erróneamente la realidad que vivimos cada día debido a un mal procesamiento de la información.

Igual que abogábamos por la conveniencia de valernos de la simbiosis entre el cerebro humano y las nuevas tecnologías, quizá nos iría mejor si apostásemos también por dejar de entendernos como un cuerpo y una mente y empezásemos a interpretarnos como un único ser que ha de aprender a valerse de todo lo que tiene para intentar ser mejor, escuchando a sus músculos, a sus órganos, a sus huesos y a su piel, y sintiendo cómo sus neuronas viajan a toda velocidad por todo su universo personal para abrirse paso entre las zonas más oscuras y hallar la luz al final de cada uno de los túneles que hayan de atravesar.




Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749

Comentarios

  1. Muy interesante y a punto este análisis. Comparto Estrella, contigo, la idea de llevarnos bien de la mano con la tecnología. Y es verdad, a nosotros mismos no nos damos permiso de fallos, nuestro cerebro debería funcionar a la perfección y no! Somos humanos.
    Interesante esta entrada, reflexionar sobre todo esto que es tan común pero por lo mismo nos vemos inmersos en todo ello sin darnos cuenta de todo lo que aquí analizas.

    Un gran saludo!

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    1. Muchas gracias por leerlo y comentarlo, Maty.
      Un muy fuerte abrazo.

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  2. Muy buena reflexión, Estrella. Hoy damos más importancia al IPad de última generación y nos fiamos más de él que de nuestro cerebro.
    ¡Feliz domingo!

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    1. Muchas gracias por leerlo y comentarlo, María Pilar.
      Un muy fuerte abrazo.

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  3. El cerebro humano es de lo más interesante y misterioso, y le sacamos el máximo partido a nuestro favor.
    Estamos llegando a un punto (bueno creo que ya hemos llegado..:) que damos más importancia al último modelo de móvil u ordenador y no nos enfocamos en el cerebro y mente.
    ¡Un abrazo gigante, Estrella!

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    1. Completamente de acuerdo con tu apreciación, Yolanda.
      Muchas gracias por leer el post y comentarlo.
      Un muy fuerte abrazo.

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