Regalando Momentos
Nuestra mente humana, por dura e inflexible que a veces nos pueda parecer, en el fondo es de lo más manipulable. Cualquier estímulo externo puede ser el detonante que nos lleve hacia un drástico cambio de opinión o la toma de una determinada decisión que haga tambalear los cimientos de nuestras planificaciones previas.
Estos estímulos externos suelen venir de la mano de otras personas que se convierten en nuestro foco de atención, bien por su atractivo físico, bien por el discurso con el que intentan convencernos de que necesitamos probar lo que nos ofrecen. De ahí la importancia que cobra la publicidad en nuestras vidas, una publicidad que a lo largo de la historia ha pasado por muy distintas etapas y que ahora ha encontrado su mejor nicho de mercado en las redes sociales, a través del fenómeno de los y las influencers.
¿Cómo un producto del que no habíamos oído hablar nunca antes puede acaparar, de repente, toda nuestra atención hasta el punto de llegar a creerlo indispensable en nuestro día a día?
Ya se trate de una nueva crema antiarrugas, de una freidora de aire caliente o de un modelo de coche, desde el mundo del marketing saben cómo convertir esos productos en el reclamo de mucha gente utilizando argumentos de lo más convincentes. Si con estas estrategias logran su cometido con los adultos, ¿qué no podrán lograr con los niños?
Décadas atrás, el consumo desenfrenado se centraba en una época muy concreta del año: las Navidades. Quien más quien menos, tiraba la casa por la ventana comprando comida como si se fuese a acabar el mundo y montones de regalos para toda la familia y, en especial, para los niños. Pero, de un tiempo a esta parte, ese consumo se ha ido extendiendo prácticamente a todo el año.
El marketing ha sabido sacarle partido al calendario y ha conseguido encontrar muchas más fechas para hacernos comprar lo que no necesitamos y regalar por encima de nuestras posibilidades cosas que otros, seguramente, tampoco necesitan ni serán de su agrado. Pero entrar en esa absurda rueda de comprar por comprar, nos da cierta tranquilidad, porque así nos asemejamos a "todo el mundo" y no nos sentimos unos bichos raros.
Las rebajas ya no son lo que eran, porque ya se dan prácticamente todo el año y de ganga tienen poco. Pero a nuestra mente, que es muy dada a dejarse engañar, le cuesta un mundo no sucumbir a tanta oferta de quimeras. La televisión, las plataformas digitales y los móviles se han convertido en un escaparate de anuncios de productos que lo solucionan y lo curan todo, pero que en realidad acaban creando más problemas y empeorando nuestra resistencia a la frustración.
Los anuncios publicitarios superan con creces los minutos de emisión de cualquier otra programación, porque son los espacios que dan dinero para pagar a tanto friki suelto que no tiene ningún pudor en asomarse a la pantalla para mercadear con sus miserias. Familias enteras han hecho ya de esa práctica su modo de ganarse la vida. Y, mientras haya espectadores que se traguen sus culebrones, el negocio será redondo para quienes se valen de nuestra facilidad para engancharnos a sus movidas.
Mientras asistimos impasibles al ruido que hacen los demás, dejamos de percibir nuestro propio ruido. Y ese es, precisamente, el peor de nuestros males: que no nos prestamos atención. Quizá por miedo a entender muchas cosas que no queremos entender de nosotros mismos ni de nuestras relaciones con los demás.
Si fuésemos capaces de no sucumbir a la manipulación de nuestra propia mente y de plantarnos cara obligándonos a nosotros mismos a tomar otras opciones, quizá descubriríamos que la vida es mucho más interesante cuando empezamos a no valorarla en cosas materiales, sino en momentos. Momentos que tendemos a no encontrar nunca porque nos creemos demasiado ocupados con nuestras eternas rutinas. Rutinas que, por cierto, no excluyen tiempo muerto haciendo cosas improductivas que no nos complacen lo más mínimo, pero que nos evitan tener que pensar en lo que no queremos pensar.
Nada nos aterra más a los humanos que el hecho de mirarnos a un espejo y reconocer que lo que vemos somos nosotros tal y como somos de verdad. Con todas nuestras sombras, con todos nuestros secretos, con toda nuestra ineptitud para tantas cosas. Quizá por eso nos evitamos tanto y nos colocamos tantas capas de atrezzo a modo de armadura cuando nos plantamos ante los demás. Tememos que nos vean como nosotros nos vemos y no nos damos cuenta de que los otros hacen lo mismo con nosotros. Porque la verdad desnuda nos da a todos demasiado miedo.
Es mucho más fácil jugar a ser otros, creándonos unas necesidades del todo innecesarias, celebrando que nos queremos sólo cuando lo marca un calendario, regalando lo más caro que podemos comprar, pero negándole al otro lo único que realmente le haría feliz de nosotros: que le hiciéramos un poco más de caso.
Querernos no es regalarnos mutuamente cosas que no necesitamos, sino atrevernos a ser quienes somos de verdad cuando compartimos tiempo juntos. Regalarnos momentos de plena conexión en los que seamos capaces de sentir que los extremos de nuestros dedos pueden rozar el cielo y las emociones desbordar nuestro pecho.
La vida no es un escaparate en el que dar rienda suelta a una fantasía de compras compulsivas. Eso es sólo una ilusión que crean las mentes más ambiciosas para que nos dejemos atrapar en ella y acabemos convertidos en el lubricante que garantiza el buen funcionamiento de sus perversos engranajes.
Si regalar es la forma que tenemos de demostrarnos afecto los unos a los otros, aprendamos a regalarnos más atención mutua, independientemente del día del año que sea. Regalémonos más besos, más abrazos, más consejos. Caminemos, riamos, bailemos, compartamos lecturas, deleitémonos con la música y otras manifestaciones del arte, escribamos más cartas o mensajes, hagamos más llamadas, confiemos más los unos en los otros. Compartamos más vida, más momentos que nos hagan sentir menos solos, más vivos y más despiertos.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Qué reflexión más interesante, Estrella. Nos estamos acostumbrando a dejarnos influenciar y manipular por los mensajes que nos llegan desde la publicidad y la propaganda de ideas y en muchas ocasiones perdemos algunas nociones fundamentales como comentas en tu publicación. Ojalá vayamos recuperando la sensatez de lo importante.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo :-)
Muchas gracias, Miguel.
EliminarAnte la cantidad de estímulos a la que estamos expuestos cada día, a veces resulta muy complicado no sucumbir a esa manipulación y acabamos dejándonos arrastrar por la corriente. Aunque lo importante es darnos cuenta de ello para tratar de mantenernos más firmes en nuestras propias convicciones las próximas veces.
Un abrazo enorme.