Distrayéndonos de la Vida

 

Cualquiera de nosotros puede haber sentido en algún momento, o incluso sentir habitualmente, que la vida nos pasa de largo. Porque las horas tienen el vicio de echársenos encima y nunca llegamos a todo; porque pensamos que ya tendremos tiempo mañana, o el mes que viene, o el próximo año de hacer esas llamadas pendientes a esas personas que tanto queremos y que piensan que no nos acordamos nunca de ellas, de organizar esa quedada con amigos que tantas veces hemos ido aplazando, o de hacer ese viaje soñado que nunca cuadra en nuestra ajetreada agenda.

Por más que intentamos correr para no llegar tarde a ningún sitio, hay días que parece que todo se confabula para que tropecemos con más de una piedra en el camino y, continuamente, tengamos que ir reorganizando nuestras rutas sobre la marcha, incurriendo en el riesgo de volver loca a nuestra mente y que nos acabe dejando tirados en medio de ninguna parte, sin tener manera de volvernos a reconectar con nuestras rutinas.

Desde la irrupción de las nuevas tecnologías, la vida debería habernos cambiado para mejor, pues teóricamente, esos dispositivos que han acabado convirtiéndose en prolongaciones de nosotros mismos, tendrían que simplificar nuestras tareas habituales y dejarnos más tiempo para disfrutar de otras cosas. Pero no contábamos con que nuestra naturaleza, que es un puro culo inquieto, nos pediría más marcha y nos aceleraría hasta límites insospechados. No nos conformamos con llegar a las metas que nos trazamos u otros nos trazan, sino que nos hemos acabado haciendo adictos a la adrenalina que nos suponen los nuevos retos. Ya no sabemos vivir sin ellos y llegamos a confundirlos con aquello que le da sentido a nuestras vidas, como si no pudiésemos permitirnos ni respirar en condiciones, ni que sea para tomar impulso.

Imagen generada por Copilot

Mientras navegamos como locos por esa dinámica tan tóxica, nuestra mente va a mil por hora y no para atención en nada que no tenga que ver con lo que nos traemos entre manos. Va en piloto automático por una autopista a trescientos kilómetros por hora y sin frenos. La colisión puede ser inminente, pero no lo vemos, porque la adrenalina nos ciega y no para de exigirnos más hasta que, lamentablemente, nos acabamos pegando la gran hostia y todo se vuelve negro.

La mente es muy sabia y, ante el aumento de nivel de ciertos neurotransmisores, nos manda señales de alarma en forma de crisis de ansiedad, o de lapsus de memoria, o de huidas cognitivas. Si las tomamos en cuenta, podemos llegar a tiempo de evitarnos lo peor, pero si las ignoramos, la mente se encabrita y pone en marcha su plan B, que implica al resto del cuerpo, golpeándonos donde más nos duela, en nuestra parte más débil, en nuestro talón de Aquiles particular. Caemos enfermos y no entendemos la razón. "Pero, si yo me cuido. No bebo, no fumo, duermo mis ocho horas diarias, como sano..."

Una buena alimentación, mantener hábitos saludables y dormir las horas que necesitamos para permitirle a la mente recuperarse del ajetreo diario al que la sometemos, es un buen comienzo, pero no evita, por sí mismo, el colapso al que puede llegar una persona sometida a elevados niveles de estrés continuado en el tiempo. A veces hay que saber parar a tiempo, atreverse a modificar las rutas que seguimos, preguntarnos por qué hacemos cada día lo que estamos haciendo, cuestionarnos si realmente nos merece la pena y si la vida es eso que hacemos o es lo que dejamos de ser para poder cumplir con aquello que nos exigimos.

Como cualquier otra adicción, la obsesión por el trabajo se puede tratar y llegar a revertir sus devastadores efectos en nuestro organismo. Pero el primer paso es darnos cuenta de lo que nos está pasando. Dejar de cerrar los ojos ante la realidad, mirarnos al espejo a cara descubierta y reconocer que lo que vemos es nuestra versión más fantasmagórica. Ese darse cuenta es la primera tarea a llevar a cabo en la resolución de cualquier problema, sea de la naturaleza que sea.

Cuando alguien no es consciente de estar yendo por un camino equivocado ni de estar llegando a sus límites, es muy difícil intentar hacerle ver nada y menos aún de convencerle para que empiece a ponerle remedio a su situación.

La neurocientífica Nazareth Castellanos tiene la admirable habilidad de acercar temas de gran complejidad a todo tipo de públicos, traduciendo el lenguaje que utilizan los científicos para difundir los resultados de sus estudios y experimentos al lenguaje de las emociones. Nazareth sabe cómo encontrar ejemplos y metáforas que nos ayudan a entender a la perfección cómo funcionan nuestras áreas cerebrales y cómo podemos reeducarlas para que no sucumban a los vicios que no nos convienen.

En su breve, pero intenso libro, El espejo del cerebro, Nazareth nos relata la importancia de aprender a vivir en el aquí y el ahora, concentrando nuestra atención en lo que estamos haciendo en cada momento, en las sensaciones que estamos experimentando. Si estamos trabajando, hagámoslo al cien por cien, sin distraernos pensando en la lista de la compra, o en que tenemos que recoger al niño de la guardería, o en lo que haremos el fin de semana.

Si estamos en casa, evitemos pensar en ese informe que nos quedó pendiente el día de antes en la oficina, ni en esos correos que no respondimos, ni en que la semana pasada no alcanzamos los objetivos de producción previstos.

Si estamos con nuestros hijos, con nuestra pareja o con nuestros padres, intentemos estar por ellos de forma plena, aunque sea por un tiempo limitado, pero sin aparcarlos a su suerte con excusas de lo más socorridas y repetidas. Cuenta más la calidad que la cantidad.

Los momentos que se comparten con conciencia plena, se graban más fácilmente en la memoria y, al cabo del tiempo, pueden acabar convirtiéndose en recuerdos maravillosos, de esos que testimonian que realmente hemos vivido.

Los libros de Nazareth Castellanos son invitaciones a viajar por nuestra mente y a atrevernos a descubrir quienes somos de verdad.

¿Nos hemos preguntado alguna vez qué nos diríamos si alguna vez nos encontrásemos frente a nosotros mismos? ¿Nos reconoceríamos?

Llevamos un ritmo de vida tan escandalosamente ajetreado y nos hemos acostumbrado tanto al ruido que nos rodea, que, cuando estamos solos, somos incapaces de dejarnos llevar y de sumergirnos en un silencio que no es tal, pues la mente no para ni cuando creemos que estamos parados nosotros. Nos aterra el silencio, quizá porque tenemos miedo de oir nuestra propia voz y de que esta acabe convenciéndonos de lo que no queremos que nos convenza.

Nos quejamos de la vida sin sentido que llevamos, pero, ¿seríamos capaces de llevar otra distinta? ¿Nos atreveríamos a aprender a actuar de otro modo, reorganizando nuestra escala de prioridades y reiniciando nuestro propio sistema operativo para resultar más óptimos para nosotros mismos.

Cuanto más leemos sobre neurociencia, más incógnitas parecen despejarse, pero a su vez más debates nuevos se nos abren en el horizonte.

En los últimos años hemos aprendido que las neuronas no solo están en el cerebro, sino que se encuentran por todo el organismo, cobrando especial protagonismo en el intestino y en el corazón. Quizá el eterno dualismo mente-cuerpo esté viviendo sus horas más bajas, porque aunque se trate de estructuras divisibles, se necesitan la una a la otra para funcionar, como en una perfecta simbiosis.

También se ha destacado el importante papel que juega la respiración, no solo en los mecanismos de acción de todo el organismo, sino también en procesos tan complejos como la consolidación de la memoria.

El espejo de la mente es un paseo por las mentes más relevantes en neurociencia de los últimos siglos, pero también por algunas de la Grecia Clásica y de la India. No solo nos habla de teorías y de experiencias personales con destacados científicos, sino que también nos regala poesía.

Todos somos el resultado de lo que hemos aprendido y una vida da para mucho aprendizaje. Pero también hemos de saber encontrar el momento para desaprender aquello que ya no nos sirve o ha sido refutado. Hemos de perderle el miedo a escucharnos y a conocernos de verdad, aunque nos suponga tener que cambiar nuestra forma de mirarnos, nuestro modo de entendernos, nuestra actitud ante el resto de nuestra vida.

Tenemos la suerte de contar con un cerebro mucho más plástico de lo que nos habían hecho creer. Esto significa que podemos hacerle cambiar el chip, borrándole archivos obsoletos o infectados por el peso de la costumbre, para grabarle nuevas memorias que sean el resultado de haber aprendido a conectar de verdad con nosotros mismos y con lo que hacemos cada día siendo conscientes de lo que estamos haciendo y disfrutando de la experiencia. No nos distraigamos de nuestra propia vida. Solo tenemos una y es efímera.



Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749

Comentarios

  1. Hola, Estrella, es verdad, a veces vamos en piloto automático, estresados y queriendo llegar a todo, sin tiempo para respirar siquiera. Sería bueno, de vez en cuando, parar, por nuestro propio bien.
    Sabios consejos. Gracias.
    Un abrazo. 🤗

    ResponderEliminar
    Respuestas

    1. Así es, Merche.
      La vida puede empaparnos y despeinarnos o simplemente, pasarnos por encima sin que nos demos cuenta, hasta que pueda ser demasiado tarde. Nunca hemos de arrepentirnos de nada de lo que hayamos hecho, sino de aquello que hemos dejado de hacer por considerar que había cosas más importantes en las que invertir nuestro tiempo. La vida solo pasa una vez.
      Un abrazo enorme.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas Populares