Aireándonos para Desencallarnos
Aprender algo nuevo siempre
nos fuerza a reestructurar los conocimientos ya adquiridos previamente para
poder hacerle un hueco entre las áreas cerebrales donde acabaremos alojándolo.
La
vida es un continuo aprendizaje que discurre por una continua necesidad de
readaptación. De ahí que la flexibilidad y la capacidad de
reinventarse sean de las competencias más demandadas, no ya sólo en el ámbito
laboral, sino en todas las áreas de nuestra cotidianeidad.
A Sócrates se le recuerda por su célebre frase “Sólo sé que no sé nada”. Curiosa afirmación en boca de alguien a
quien consideramos uno de los sabios de la Grecia Clásica. A priori podría
parecer una contradicción, pero no lo es, pues cuanto más creemos que sabemos, más dudas se nos plantean y más
necesidad sentimos de encontrar nuevas respuestas que confirmen la veracidad de
nuestras creencias o las desmientan, abriéndonos la mente a nuevas hipótesis
que vuelvan a hacernos dudar y nos lleven por otros caminos hacia otras
posibilidades y así hasta el infinito.
La
sabiduría constituye un viaje interminable en el que podemos descubrir tantas
puertas como seamos capaces de abrir. Atrevernos a explorar lo que
nos espera tras ellas y ser capaces de reestructurar nuestras mentes para interiorizar
las nuevas realidades que advertimos ya es cosa nuestra. Hemos de admitir,
desde nuestra humilde experiencia que, ni aún pasándonos toda la vida devorando
libros en una inmensa biblioteca, podríamos considerar que lo sabemos todo.
Porque ninguna mente puede abarcarlo todo dada la inmensidad de la sabiduría
que la humanidad ha ido construyendo desde los albores de los tiempos. Como Sócrates, hemos de entender que no
sabemos nada, porque todo lo que sabemos es sólo una insignificante parte de un
todo que no podemos ni llegar a imaginar en el que, seguramente, podríamos
descubrir teorías que invalidarían aquellas a las que nos aferramos como
pilares fundamentales de nuestras vidas.
Por otra parte, también hemos de considerar que la principal
función que deberían cumplir las ideas y las teorías en nuestras vidas es la de
la utilidad. Ante todo, nuestra particular concepción de la vida, del mundo
y de nosotros mismos debe resultarnos útil, sirviéndonos para facilitarnos
nuestro día a día y evitarnos las piedras en el camino. Si esas ideas
inflexibles, que a veces confundimos con la ética o con la moral, llegan a
causarnos más dolor y renuncias que dicha y logros, tal vez deberíamos
plantearnos si son las que más nos convienen.
La
letra no siempre tiene que entrar con sangre y el amor de verdad nada tiene que
ver con el dolor, ni con la sumisión, ni con la renuncia.
El trabajo bien hecho tampoco
tiene que ser aquel que nos aboque a olvidarnos de que tenemos una vida
personal que no deberíamos descuidar. No por estar más horas en el trabajo
vamos a ser más productivos. Podemos pasarnos horas ante una pantalla
intentando resolver un problema y no lograrlo, encallándonos como en un
callejón sin salida, sin un atisbo de luz por ninguna parte. Podemos decidir
seguir así hasta que se solucione solo, como por arte de magia, cosa que no
sucederá. U optar por apagarlo, marcharnos a casa o a tomar el aire un rato,
para volver más tarde o al día siguiente y, habiendo desconectado y descansado,
nuestra mente se sienta capaz de pulsar una tecla en la que en el momento o el
día anterior no había reparado y solucionar el problema.
De niños ya nos acostumbramos
a tener la agenda semanal llena de asignaturas que comprendían distintos
ejercicios teóricos, actividades prácticas, horas de estudio en casa y exámenes.
Pero a media mañana existía un tiempo de desconexión denominado recreo. El sentido del recreo no era
otro que el de permitir que nos aireásemos entre un bloque de clases y otro,
para permitirle a nuestro cerebro que pudiera ordenar lo aprendido y
clasificarlo en sus ficheros de forma organizada. De no desconectar entre unos
temarios y otros, lo más probable sería que nos costase mucho más retener la
información de cada asignatura, al descender gradualmente nuestra capacidad de
prestar atención.
Lo mismo nos ocurre en el
trabajo, o en cualquier actividad a la que le dediquemos muchas horas al día.
Llega un momento en que nuestro cerebro no da para más. Lo sentimos saturado y
todo lo que nos disponemos a hacer se nos presenta como una empinada montaña.
Nos fallan las fuerzas para intentar subirla. Nos hablan y parece que
escuchamos, pero no procesamos esa información y después no recordamos haberla
recibido. Realizamos tareas que al día siguiente podemos llegar a dudar de si
las hicimos realmente o no. Cometemos fallos sin ser plenamente conscientes y,
cuando alguien empieza a darse cuenta de que no estamos por lo que tenemos que
estar, nos enfadamos con nosotros mismos porque no entendemos lo que nos pasa.
En ese punto, a veces podemos llegar a plantearnos si estaremos perdiendo la
memoria o algo peor.
Lo que nos pasa es que necesitamos airearnos cada vez que nos
encallamos. Oxigenar nuestra mente, refrescarnos un poco para poder continuar
bien despiertos hasta el final de nuestra jornada.
Desde la psicología se han
elaborado distintas técnicas de modificación de conducta aplicables a
diferentes ámbitos: individual, familiar, social, educativo, laboral y otros.
Entre ellas, han tenido bastante aceptación las denominadas Técnicas de Solución de Problemas.
Destacan las formuladas por D’Zurilla y
Golfried en 1971, la terapia de
solución de problemas interpersonales de Spivack y Shure en 1974, y la de
la ciencia personal de Mahoney, entre
1974 y 1977.
El propósito de todas estas
técnicas es facilitar en los sujetos una
conducta que resulte eficaz, partiendo de la premisa de que las personas que
logran resolver sus problemas adecuadamente suelen tener una adecuada competencia
social. Quienes carecen de dicha competencia pueden ser entrenados para
solucionar tanto problemas cotidianos como también problemas clínicos o
comportamentales.
Dicho
entrenamiento se puede fracasar por diferentes razones. Hawton y Kirk, en 1989,
sugirieron tres:
1-
Que el sujeto tenga un severo trastorno
psiquiátrico.
2-
Que se tenga una baja autoestima y carencia de
confianza.
3-
Que se tengan dificultades de personalidad
desde mucho tiempo atrás.
Una de las etapas más
interesantes de las técnicas de solución de problemas es la de Generación de soluciones alternativas.
Según Parnes, Noller y Bionti
(1977), “los mayores obstáculos para la
generación creativa de soluciones alternativas son el hábito y la convención”.
En un mundo tan cambiante que
nos obliga a reestructurar continuamente nuestros conocimientos y a readaptarnos
a hacer las mismas cosas con instrumentos distintos y de distinta forma a la acostumbrada,
regirnos por los hábitos que nos han acompañado siempre no es una buena
estrategia para seguir solucionando los problemas que nos van surgiendo en
nuestro día a día. Porque todo cambia demasiado deprisa a nuestro alrededor y
las mismas cosas que hacíamos ayer, hoy han dejado de hacerse igual y mañana ni
nos podemos imaginar el modo en que deberemos aprender a hacerlas.
Para la generación de
soluciones alternativas se utilizan tres principios derivados de la producción divergente de Guildford
(1967) y del método de la tormenta de
ideas de Osborn (1963): el principio
de cantidad (cuantas más soluciones alternativas se produzcan, más ideas estarán
disponibles y habrá más probabilidad de encontrar la mejor solución), el principio de aplazamiento del juicio
(una persona generará mejores soluciones si no tiene que evaluar dichas
soluciones en ese momento) y el principio
de variedad (cuanto mayor es el rango o la variedad de ideas de solución,
más ideas de buena calidad serán descubiertas).
Siempre se ha dicho que la
experiencia es un grado y, ciertamente, lo es. Pero en estos tiempos que
estamos viviendo, hemos de mentalizarnos de que esa experiencia nos servirá de
bien poco si no le sumamos la capacidad
de reinventarnos, la disposición
para aprender a trabajar en equipo y la flexibilidad para seguir aprendiendo y adaptándonos al manejo de dispositivos
nuevos que nos permitan hacer el mismo trabajo, pero de una forma más ágil y
eficiente.
La
tecnología, nos guste más o nos guste menos, ha llegado para quedarse y para
seguir evolucionando de forma imparable. Podemos resistirnos a ella y
quedarnos en el camino o tratar de asimilarla y seguir avanzando con ella hasta
donde nos lleve. Pero sin agobiarnos, sin olvidarnos de que también tenemos una
vida personal y familiar que no debemos descudiar, sin dejar de airearnos cada
vez que nuestra mente nos traslade el mensaje de que no puede más.
Ni
hemos de sucumbir a la idea de que el mundo se nos está quedando grande ni
tampoco al sentimiento de que ya no servimos para hacer lo que hacemos.
Estamos cansados; a veces nos podemos sentir muy perdidos, pues esta realidad
en la que hemos aterrizado a marchas forzadas no se parece en nada a la
realidad para la que fuimos educados en su momento. Pero ni hemos de sentirnos
viejos para seguir batallando por nuestro lugar en el mundo, ni tampoco
fracasados en nada. Sólo fracasan quienes se rinden antes de tiempo, quienes no
intentan aquello que a priori no comprenden, pero pueden llegar a comprender e
incluso a dominar. Basta que se dignen a darse una oportunidad.
Aireémonos, respiremos,
dejemos que nos toque el sol o que nos refresque la lluvia y volvamos ante esa
pantalla que se nos resiste y demostrémonos que aún tenemos cuerda para rato.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Hola Estrella
ResponderEliminarQué maravilla de post. Me han encantado los tres principios para solucionar problemas. Deberían estar escritos en carteles con letras bien grandes y colgados en los despachos de todos los que azuzan a sus trabajadoras con el "lo quiero para ayer..." Me has recordado eso de la "ausencia presencial" que se practica en este país como si meter horas fuera condición sine qua non para la cacareada productividad.
La semana pasada leí en un artículo que los departamentos de RRHH de las empresas están empezando a considerar hacer verdaderas pruebas de competencias en las entrevistas. No un "si ahora hubiera una crisis cómo harías....", no eso, sino verdaderas "pruebas de campo" adaptadas a las características y necesidades de cada puesto para valorar personalidad, competencias, etc...lo cual, realmente, tampoco sé si daría una versión fidedigna del candidato dada la "presión" del momento. No sé... todo cambia muy rápido.
Lo que sí parece bastante claro es que, independientemente de cómo nos ganemos la vida, la gestión de nuestro tiempo debiera ser solo nuestra. Soltar las riendas de nuestra vida me parece algo temerario.
Mil gracias por tus aportaciones, Estrella
Muchas gracias, Matilde.
ResponderEliminarA mí me ha gustado mucho eso de la "ausencia presencial". Estar muchas horas presentes en el puesto de trabajo no tiene por qué implicar que dediquemos todas esas horas al trabajo. A veces puede llegar a ser más productivo alguien en un par de horas que otra persona en todo el día.
También me ha parecido muy interesante la idea esas pruebas de competencia en las entrevistas, aunque desconfío de que su fiabilidad. Soy de la opinión de que el movimiento se demuestra andando.
Un fuerte abrazo.